Fabrizio
—¿De verdad tienes que irte? —me pregunta Margarita con expresión triste. Habíamos estado juntos una semana. Solo una semana después de años. La extrañaba siempre, incluso cuando estábamos juntos. Aún no podía creer que ella estaba aquí conmigo.
—Solo será un par de días, lo prometo —digo cuando le preparaba el desayuno en la cocina del castillo. Los trabajadores ya se habían acostumbrado. A todos les asombraba que aún supiera cocinar, sobre todo porque yo no comía estos alimentos, pero ya había aprendido qué era lo que a ella le gustaba y quería darle solo lo mejor. A ella le gustaba mirarme pacientemente, como si fuera nuestro pequeño ritual.
Éramos inseparables. Ella me acompañaba a la librería mientras yo investigaba sobre las armas, hechicería y demás. Era profundamente feliz en la biblioteca de Su Majestad, con miles de libros, tantos que ya no sabía cuál elegir. Me acompañaba por el jardín, en las reuniones, en las cenas. Quería que se sintiera lo más cómoda posible. E