Denis se dio cuenta de que Elizabeth hablaba con la empleada y se dirigió directamente hacia ella. —¿Necesita algo, señora Elizabeth? —preguntó, lanzando una mirada de reojo a la otra empleada y luego a Elizabeth—. Pensé que estaba durmiendo. —No, Denis, en esta casa es completamente imposible descansar. Además, los gemelos están por llegar del colegio y Xavier del trabajo.Denis la observó con desconfianza y asintió. —Claro, señora. Voy a preparar la cena entonces. —Yo te ayudo, Denis. Ya sabes que me gusta preparar la cena —respondió Elizabeth, aprovechando la excusa para disimular su nerviosismo.Ambos se dirigieron a la cocina, mientras que la espía de Vicenzo se desvanecía entre los pasillos.Un par de horas más tarde, los gemelos y Xavier ya estaban sentados a la mesa, y Denis ayudaba a servir. Elizabeth ocupó su lugar mientras todos parloteaban como loros.—Papi, ese chico en el colegio quiso pegarme, pero no se lo permití, así que lo golpeé —dijo Eithan, llevándose un boca
Elizabeth se pintó los labios con delicadeza y roció sobre su piel el perfume más caro que tenía. A pesar del encierro, su armario estaba lleno de lujos; Xavier se encargaba de que no le faltara nada.Él se acercó y rozó su nariz con suavidad sobre la mejilla de ella.—¿Ya estás lista?—¡Sí! Completamente —respondió Elizabeth con un suspiro largo, antes de girarse hacia él y extenderle la mano.Minutos después, ambos llegaron al bar tomados de la mano, provocando un murmullo general entre los empleados. La sorpresa fue evidente en sus rostros, especialmente entre los hombres más cercanos a Xavier. Marcell parecía haberlo asimilado mejor, pero Dante mantenía una expresión recelosa, casi con desprecio.—Señoras y señores —anunció Xavier con firmeza—, les presento a Elizabeth. A partir de hoy, ella estará a cargo del bar. Le deben respeto y, por supuesto, obediencia.Elizabeth sonrió con seguridad. Algunos asintieron en silencio; otros simplemente no podían disimular su desconcierto. De
Dos suaves golpes resonaron en la puerta de la oficina. Xavier, al revisar la cámara de seguridad, reconoció de inmediato a Elizabeth.—Dante, abre la puerta —ordenó sin apartar la vista de la pantalla.—Señor, aún tenemos pendientes. ¿Quién es?Xavier lo miró con fastidio y soltó un resoplido.—Solo abre.Dante obedeció a regañadientes. Al ver a Elizabeth, frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo una palabra. Ella tampoco. Simplemente entró, con esa seguridad que desarmaba a cualquiera, y caminó directamente hacia el escritorio de Xavier.—¿Podemos hablar a solas? —preguntó con una voz melosa, casi irresistible.Xavier apenas logró mantener la compostura. Su mirada se deslizó, inevitable, hacia el escote que ella dejaba ver con provocación.—Dante, déjanos solos.—Pero señor, los asuntos que dejamos pendientes…—Luego. —Xavier zanjó el tema con firmeza.Dante apretó los labios, demasiado incómodo y desconfiado. Elizabeth no lo convencía por completo. Salió de la oficina, ce
Sin darse cuenta, Elizabeth se había volcado por completo en el trabajo que Xavier le había asignado en el bar, ganándose poco a poco el respeto de todos los empleados. Las tareas que él le delegaba no le resultaban complicadas, y para Xavier, tenerla cerca constantemente era simplemente fascinante.Salvo los días en que debía cumplir con misiones o atender otros asuntos laborales, él siempre estaba allí, acompañándola. Pero él era el único que disfrutaba de su presencia diaria en el lugar.Helena también estaba feliz de verlo todos los días. Para ella, Elizabeth no representaba ninguna amenaza; al contrario, la consideraba muy por debajo de lo que ella podía ofrecer. Y estaba dispuesta a aprovechar esa supuesta ventaja para seducir a Xavier a su manera.Una tarde de viernes, cuando el bar rebosaba de gente y Elizabeth no daba abasto con el trabajo, Helena apareció más despampanante que nunca. Llevaba un impactante vestido rojo, con un escote profundo que bajaba hasta las caderas, dej
A pesar de los obstáculos, Elizabeth continuaba trabajando con empeño en el bar, decidida a que la mayor parte de los ingresos provinieran de fuentes legales, alejándose lo más posible del mundo turbio al que Xavier y sus secuaces estaban habituados.Pero su esfuerzo se veía constantemente entorpecido por la actitud hostil de Helena, que parecía empeñada en hacerle la vida imposible.Esa tarde de viernes, al llegar para hacerse cargo del turno, Elizabeth la encontró en una escena que no dejaba lugar a dudas: Helena, prácticamente estaba subida en la barra, coqueteando sin pudor con el barman. Sonriente, mostrándole sus encantos al hombre, sin ninguna restricción.Al notar su presencia, Helena no se contuvo. Se acercó aún más al joven, lo tomó del delantal y le susurró algo al oído. Él, que hasta entonces limpiaba unos vasos, soltó una carcajada. Los dos estallaron en risas burlonas mientras la miraban fijamente. No necesitaba ser adivina para entender que se estaban mofando de ella.E
—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó el hombre con un dejo de preocupación. Elizabeth se incorporó con rapidez, alisó su falda con torpeza y asintió. —Sí, gracias. Esta gente es... una salvaje —murmuró, aún con el ceño fruncido.Fue entonces cuando notó los guantes de boxeo que el hombre sostenía. Sus mejillas se tiñeron de rojo al comprender que probablemente él también formaba parte del espectáculo. Acababa de abrir la boca sin pensar. —Lo siento... yo no quise— —No te preocupes —la interrumpió con una media sonrisa—. Tienes razón. Son unos verdaderos animales. Estas peleas no tienen nada de natural.Elizabeth se sacudió las manos y esbozó una leve sonrisa, apenas un gesto en la comisura de sus labios. —¿Y tú? ¿También eres un luchador? —preguntó, mirándolo de arriba abajo. Su apariencia desentonaba por completo con la del resto.—Sí —respondió con tranquilidad—. En el bajo mundo me conocen como La Pluma. Le extendió la mano, y ella, aún intrigada, aceptó el gesto. —Mucho
Elizabeth cerró la puerta de la mansión de un portazo, furiosa. Pero no era la única que ardía en cólera. Xavier la esperaba en la sala de estar, sentado con una copa de alcohol en la mano. Su mirada era impasible, desafiante.—¿Entonces siempre supiste de las peleas clandestinas en el bar? —espetó Elizabeth sin siquiera saludarlo, apuntándolo con el dedo.—Por supuesto —respondió él, encogiéndose de hombros—. Es mi bar. Siempre he estado al tanto. Deja demasiadas ganancias. Han existido desde siempre.—¡Es increíble! Ni siquiera me lo mencionaste. Dejaste que esa estúpida de Helena tomara el control, llevó a esos animales y casi matan a un hombre.Xavier se puso de pie, cruzándose de brazos mientras la observaba fijamente, a escasos pasos de ella.—De eso se tratan las peleas, Elizabeth. Son combates a muerte. Las apuestas son altas, y la gente viene a ver correr sangre —dijo con voz fría, cada palabra le helaba hasta los huesos.—¿Cómo puedes permitir algo así? —preguntó ella, aún a
Ella ya estaba completamente decidida. Elizabeth no perdería un solo minuto más para avanzar con sus planes. Sin pensarlo dos veces, la semana siguiente tomó una carpeta con documentos y seleccionó cuidadosamente los más importantes para sacarles copia.Aunque las manos le temblaban al deslizar los papeles por la máquina, sabía que cada movimiento era necesario, por su bien y, sobre todo, por el de sus hijos.—¿Qué le dijiste a Xavier, Elizabeth? —Helena irrumpió de repente, gritando con furia. Elizabeth dio un brinco y, de forma instintiva, trató de ocultar los documentos detrás de su espalda.—¿Qué le dije de qué, Helena? —respondió con tono desafiante, alzando el mentón.—No te hagas la asolapada, Elizabeth. Sé que fuiste con tus lloriqueos a quejarte con Xavier. ¡Ahora me prohibió hacer las peleas clandestinas en el bar! ¿Tienes idea de cuánto dinero vamos a perder por eso? —espetó con veneno en la voz—. Pero ni sueñes que vas a salirte con la tuya. Llevo años trabajando en esta c