La batalla II
El eco del aullido aún vibraba en el aire cuando Lía cayó sobre sus manos, su cuerpo quebrándose en la transformación. El dolor de los huesos alargándose y el crujido de la piel cediendo fue breve, casi instantáneo por la adrenalina que la quemaba por dentro. En menos de un suspiro, la loba de pelaje oscuro tomó su lugar, los ojos brillando como brasas en la penumbra.
A su lado, Fatia se había lanzado con la misma rapidez. Su loba, más clara y ágil, sacudió la cabeza con un gruñido, como si disfrutara del cambio. No hubo órdenes necesarias: todos los demás siguieron el ejemplo, hasta Helena, que a pesar de su torcedura no dudó en adoptar la forma lobuna. El grupo entero respondió con un aullido breve, la unión instintiva de la manada que se preparaba para correr.
Lía no esperó más. Se lanzó hacia adelante, sus patas delanteras con un zarpazo que levantó hojas secas al clavarse por la rapidez del movimiento. El bosque se convirtió en un túnel de sombras y luz intermitente