Dentro de la celda, Xavier terminaba de acomodar su manta sobre el planchón cuando escuchó pasos. No eran los del guardia habitual. Giró con curiosidad, y sus ojos se posaron en un hombre uniformado, de rostro inexpresivo… pero algo no encajaba.
Xavier se puso de pie de inmediato, y sacudió su cabeza.
—¡Tony!
El hombre abrió la celda, y sonrió con malicia.
—Al fin solos Montiel.
La puerta se cerró tras él. Xavier dio un paso atrás, su cuerpo estaba en alerta, mientras sus ojos recorrían al visitante. Tony no traía esposas ni cadenas, solo un cuchillo largo y oxidado, que sacó con parsimonia de su bota.
—Pensé que estabas muerto —murmuró Xavier.
—Y yo pensé que te ibas a pudrir en este lugar sin volver a ver a esa maldita mujer. Pero mírate… celebrando cumpleaños, rodeado de amor. ¿Sabes cuánto tardé en encontrar la forma de entrar aquí? —Tony alzó el cuchillo y lo señaló con la hoja—. Me debes algo, Montiel. Algo muy personal.
Xavier no respondió. No iba a suplicarle, ni a explicarle