75. Acabaré con su felicidad

—La mujer parece que se la tragó la tierra —dijo con frustración uno de los guardias reales.

—¡Maldita sea! —gritó frustrado su compañero y golpeó con fuerza la vieja mesa que todavía permanecía en pie en la maltrecha casa de Anabel. Volver a la vieja casa no les ayudó en nada. No había rastro de Anabel.

—Para esta hora el Rey debe haberse casado y por culpa de esa maldita mujer no pudimos asistir —gruñó el otro hombre, sentándose en el sucio suelo. Todo estaba tal cual lo habían dejado la última vez que estuvieron allí, lo que les indicaba que Anabel no regresó.

—El Rey nos ha encomendado esta misión porque confía en nosotros, no te lamentes y levántate. Debemos seguir buscando —ordenó el guardia de mayor rango.

La búsqueda continuó y fue infructífera, por lo que no les quedó más remedio que alejarse de aquellas tierras abandonadas por el hombre, un lugar seco que difícilmente podría dar vida.

Mientras tanto, Anabel entró al castillo, aprovechando la distracción de la fiesta, la mu
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