33. Estoy para servirle

Henry miró a su madre con cierto resentimiento, quizá era por la bofetada que le había dado, tal vez era porque no le había dejado tener la vida que deseaba y estaba llevándolo a límites que no imaginó llegar tan pronto.

—Tienes que ser más listo, Henry —expresó Anabel recomponiéndose. Había perdido la compostura y eso no era digno de la madre del futuro rey de Astor.

—Debería dejar que haga las cosas a mi manera, madre, le recuerdo que, sin Frederick, el futuro rey de Astor seré yo y no usted —le señaló.

Anabel lo miró con la ceja levantada.

—Apenas eres un polluelo, Henry, ¿crees que podrás con todo tú solo? —le preguntó, había cierta ironía en la voz de Anabel—. Date cuenta de lo que acabas de hacer, ni siquiera puedes justificar el motivo de un secuestro, no es Selene tu objetivo, sino Frederick, sin él, todo, absolutamente todo, será tuyo, ¿lo comprendes cariño? ¡¿O quieres que te lo explique con manzanas?! —explotó de nuevo.

Henry apretó los dientes, su mandíbula se tensó por la
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