—¿La señora desea algo? —preguntó ella con calma.
Entonces pensé en el hecho de que me había llamado japonesa desabrida, y aunque estaba a nada de preguntarle qué hacía ella ahí, decidí tomar todo por lo político y preguntarle luego a mi marido. Después de todo, había alguna explicación lógica para que ella estuviese ahí.
A pesar de que no me gustaba nada.
—Me gustaría que se me sirviera la cena en mi oficina —le dije y asintió—. Solo quiero algo suave, nada pesado y con un jugo de frutos rojos.
—Bien, señora, se lo llevaré en unos minutos —me contestó y asentí.
Me giré y volví a la oficina con la sensación de que algo no estaba del todo bien, pero deseché enseguida. Seguí con mis gu&iac