No recuerdo cómo terminé frente a la puerta de su despacho. Todo fue tan rápido que apenas me di cuenta de que estaba allí, con el corazón golpeándome el pecho y los puños cerrados. La voz de Aslin seguía resonando en mi cabeza: “La boda será en dos días”.
Dos días. Ni siquiera había tenido tiempo de entender qué sentía por ese hombre, y ya pretendía convertirme en su esposa. Fingida o no, esa boda me arrastraba hacia algo que no podía controlar.
Golpeé la puerta una vez. Luego otra. Y cuando no obtuve respuesta, la abrí sin permiso.
Liam levantó la mirada de unos documentos, sorprendido por mi irrupción. Su expresión cambió enseguida, volviéndose fría, impenetrable, como siempre.
—Cecilia —dijo simplemente, apoyando la pluma sobre la mesa—. ¿Qué haces aquí?
Cerré la puerta tras de mí y me crucé de brazos, intentando mantener la calma, aunque sentía que mi voz temblaba de pura rabia.
—Podrías empezar explicándome por qué decidiste adelantar la boda sin siquiera consultármelo.
Sus ceja