POV: Alexander Líbano
El portazo tronó a mis espaldas como un disparo. Cada paso que di fuera de esa maldita oficina lo sentí reventar contra el mármol como si el eco fuera parte del caos que me habitaba.
No miré a nadie. No dije una sola palabra.
Fui directo hacia la cochera. El chofer, siempre atento, se giró al verme con ese gesto servil que me daba náuseas.
—Dame las llaves —gruñí sin detenerme.
Intentó hablar, pero solo alcancé a ver su duda un segundo antes de que le arrancara el llavero de las manos.
El motor rugió cuando encendí el auto. Apreté los dientes, el volante, todo. Y aceleré.
A toda maldita velocidad.
Las luces de la ciudad pasaban como manchas borrosas. No puse música. No encendí el GPS. No necesitaba ayuda para llegar adonde iba. Ese lugar estaba marcado en mi cabeza como una cicatriz que nunca cerró del todo.
Y cuando lo vi… el cementerio, viejo y silencioso, como un mal recuerdo enterrado a medias, supe que había llegado al infierno.
A mi infierno.
Aparqué justo