La noche estaba en calma, pero Carttal sabía que no duraría. El aire era denso, cargado de la electricidad de lo inevitable. Desde su posición en la colina, observó cómo los vehículos se detenían frente a la cabaña. Sombras emergieron, moviéndose con cautela. Sibil estaba allí. Y con él, el hombre misterioso.
Carttal ajustó su auricular.
—¿Todos en posición?
—Listos —respondió Ethan desde el otro extremo.
Kael, apostado en la ladera opuesta, confirmó:
—No saldrán de esta.
Carttal sonrió con frialdad.
Sibil avanzó primero, su silueta iluminada por los faros de los autos. El hombre misterioso lo siguió, sus movimientos calculados, depredadores. Miró la cabaña con un aire de desdén.
—Es demasiado fácil —murmuró.
—Porque lo es —dijo Carttal, saliendo de entre las sombras.
Los hombres de Sibil reaccionaron de inmediato, levantando sus armas, pero un solo disparo al aire de Ethan los detuvo.
—Si alguien jala el gatillo, no vivirán para arrepentirse —anunció Ethan.
Kael emergió por el otro l