Tenía fiebre. Una fiebre muy, muy alta. Acostado en la cama del hospital, temblaba suavemente. Su memoria lo llevó a su niñez, cuando Jorge abría la puerta de casa, se agachaba frente a él y lo llamaba:
—Andy.
—¡Papá! —el pequeño Andrés, de solo unos años, corría a sus brazos...
Su padre había sido tan bueno, y lo mataron por crear un chip que podría haber revolucionado el mundo... Y quien lo mató fue el padre de su esposa... Su corazón dolía como si fuera a partirse, mientras murmuraba débilmente:
—Papá... Julia...
Una mano tomó la suya.
—¡Hermano! —Cristina bajó la mirada hacia Andrés, que tenía el rostro pálido y los labios resecos. Afligida, tomó un hisopo con agua para humedecerle los labios.
Andrés, perdido en sus sueños, seguía murmurando inconscientemente.
Javier entró al cuarto con artículos personales y vio a Cristina dándole agua a Andrés. Rápidamente se acercó y tomó el vaso:
—Señorita Fernández, déjeme hacerlo.
—Cuando me enteré anoche del accidente de mi hermano, no pude