57. La llamada
Hermes bebió del vino en la copa con normalidad, y no distinguió nada extraña. Al contrario, tenía un buen sabor.
—¿En serio? —preguntó Hermes; las bebidas no era uno de sus hobbies preferidos.
—No es por presumir, pero soy especialista —dijo Marianne con confianza.
—Está bien, pero no le digas. Es un buen hombre y la intención es lo que cuenta.
—Sí, pero si quieres conocer de buenos vinos, podría enseñarte a degustarlos —comento ella, con astucia y haciéndole gestos agradables.
—¿Me propone enseñarme a beber, señora Marianne? —comentó Hermes, siguiéndole el juego.
—Quizás busque emborracharlo, señor Hermes —respondió Marianne con gracia—. ¿Un brindis por tu nuevo puesto? —Ambos inclinaron las copas y la tocaron con suavidad. Los ojos avellana de ella se cruzaron con los de él y le dedicó una amable y pícara sonrisa—. Felicitaciones, director general.
Varios días pasaron y la relación de Hermes y Marianne se volvió más cercana y afectiva; podría decirse que eran amigos, pero ella no d