La atmósfera en la sala de espera del hospital era vibrante, llena de expectativa y emoción, pero también un tanto cargada de la formalidad que traía consigo la primera reunión de las familias de Herseis y Helios. Los Hedley aún estaban asimilando el encuentro con Helios y su impresionante revelación, pero ahora debían enfrentarse a algo igualmente inesperado: la familia Hansen Darner, una familia que destilaba clase y belleza en cada uno de sus miembros.Hariella Hansen, madre de Helios, captaba de inmediato la atención de todos los presentes. A pesar de su edad, mantenía una gracia y juventud que parecían desmentir el paso del tiempo. Con su elegante porte y mirada serena, transmitía una seguridad inquebrantable, como si fuese una figura destinada a liderar y ser admirada. Hermes Darner, el padre de Helios, era un hombre de pocas palabras, pero de gran presencia. Su rostro reflejaba una sabiduría calmada y una bondad que inspiraba confianza. Hera, la hermana gemela de Helios, irradi
Los primeros meses después del nacimiento de Horus Darner transcurrieron en una mezcla de alegría, sorpresa y una constante atención hacia el recién nacido. La vida en el penthouse, que antes de la llegada del bebé había sido un espacio elegante y sereno, se había transformado en un hogar lleno de vida y risas infantiles. Horus se convirtió en el centro de atención para todos. Cada visita familiar, tanto de los Hansen-Darner como de los Hedley, traía consigo una nueva oleada de regalos y gestos de amor para el pequeño. Los abuelos, tíos y primos competían por sostenerlo en brazos, y hasta los amigos cercanos y asociados de Helios y Herseis deseaban conocerlo.Helios, sin embargo, sentía que algo faltaba. A pesar de la aparente perfección de su vida con Herseis, no podía evitar que el contrato nupcial se interpusiera como una barrera invisible entre ellos. Desde el principio, su relación había sido estructurada, marcada por los términos de un acuerdo que ambos habían aceptado. Se trata
Herseis llevó a su hijo al club del té en un carrito. Las mujeres se quedaron admiradas con la belleza y blancura del niño.El club del té estaba en pleno apogeo aquella tarde cuando Herseis entró empujando el carrito de su hijo, Horus. El lugar, que siempre había sido un refugio de elegancia y chismes entre las mujeres de la alta sociedad, se silenció momentáneamente. Todas las cabezas se volvieron hacia ella y, por supuesto, hacia el pequeño bebé que llevaba en brazos. Las mujeres, algunas con tazas de té en la mano y otras con miradas curiosas, no pudieron evitar sentirse atraídas por la escena.Sofía fue la primera en levantarse de su asiento y caminar hacia el carrito, con una sonrisa en los labios y una mezcla de entusiasmo y envidia en los ojos. Al inclinarse sobre el carrito, su sonrisa se ensanchó aún más cuando vio a Horus dormido plácidamente, envuelto en una suave manta de seda.—Es tan precioso, Herseis —dijo Sofía en un susurro—. Horus, ¿por qué eres tan bonito?El resto
La luz tenue de la habitación bañaba con suavidad las paredes, creando sombras danzantes que apenas rozaban la cuna donde Horus dormía plácidamente. El penthouse, normalmente envuelto en la silenciosa elegancia del lujo, parecía vibrar con una energía especial esa noche, una especie de expectación tranquila y cálida. Herseis, recostada en la cama, observaba a su hijo con una sonrisa llena de ternura. Había algo mágico en la paz que emanaba de su pequeño, algo que calmaba su corazón y, al mismo tiempo, hacía latir con más fuerza cada vez que pensaba en todo lo que habían vivido juntos.Helios se acercó con pasos tranquilos pero firmes. Su presencia, tan familiar y reconfortante, siempre lograba envolver a Herseis en una especie de cálida tranquilidad, como si todo estuviera bien solo por el hecho de que él estaba allí. Él también miró al pequeño Horus, y una expresión suave y serena cruzó su rostro, esa que reservaba solo para esos momentos íntimos, lejos del bullicio y de las responsa
Herseis, con su cuerpo cambiado por el milagro de la maternidad, se encontró recostada en la suave cama, su piel luminosa y cálida bajo la luz tenue. Su vientre, que había sostenido a Horus durante nueve meses, ahora era más suave, sus curvas más redondeadas, su pecho pleno de vida. En su mirada, sin embargo, brillaba una luz que no había existido antes de su maternidad: una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que hacía su belleza aún más completa.Helios era una figura de contraste: su cuerpo era como una escultura esculpida en el monte Olimpo.Él la observaba con devoción, maravillado por la transformación de su amada. Herseis no solo era la madre de su hijo; era su refugio, la fuente de la luz que iluminaba su vida. En ese momento, Helios no veía imperfecciones en su cuerpo; cada curva, cada suavidad era una obra maestra, un testimonio del amor que compartían y del milagro que habían creado juntos.Se acercó a ella con reverencia, como si fuera un peregrino acercándose a un templo
El despacho, sumido en la tenue luz del atardecer que entraba por las grandes ventanas, se había vaciado tras la última reunión de la junta directiva. El silencio envolvía la habitación, un silencio cargado de una tensión sutil pero palpable. Helios, con su presencia imponente, se encontraba solo con Herseis. Ambos desempeñaban sus roles con gran profesionalismo frente a los demás, pero en cuanto la puerta se cerraba y los ojos de la junta se alejaban, todo cambiaba entre ellos.Helios se acercó a la puerta y, con un leve clic, la aseguró. Ese sonido resonó en el aire como una señal de que el mundo exterior había quedado fuera, que por un momento podrían dejar de lado las máscaras profesionales y simplemente ser ellos. Caminó hacia Herseis con una mirada que, aunque contenida, estaba cargada de algo más profundo, algo que no se podía disimular del todo.Herseis, quien estaba organizando algunos documentos sobre la mesa, sintió su presencia antes de que él la tocara. Su piel se erizó a
El rugido bajo del motor del jet privado se fue apagando a medida que las escaleras descendían hasta tocar el asfalto de la pista. Henrietta Daffner, con una gracia y autoridad que no necesitaba más presentación que su sola presencia, apareció en la entrada de la aeronave. El viento azotaba su largo cabello rojo, haciendo que brillara con la intensidad de una gema rubí bajo la luz del sol. Cada mechón parecía moverse con vida propia, danzando en el aire mientras ella bajaba lentamente los escalones con una confianza envidiable. Los lentes de sol que cubrían sus ojos verdes como esmeraldas eran innecesarios para protegerse de la luz, pero esenciales para ocultar la profundidad de su mirada; unos ojos que siempre parecían ver más allá de lo evidente, observando hasta el alma de quienes la rodeaban.Al llegar al último escalón, Henrietta se detuvo por un instante, respirando el aire cálido y húmedo del país que visitaba después de tanto tiempo. Su piel, pálida y perfecta como porcelana,
Helios y Herseis se centraban en el cuidado a su hijo Horus. El parque estaba bañado por la luz dorada de la tarde, y el aire fresco de otoño movía suavemente las hojas que caían lentamente al suelo, creando un paisaje pintoresco. Caminaban juntos por el sendero de piedras, empujando el carrito de su hijo, Horus, mientras disfrutaban de la tranquilidad del momento. Era una escena familiar que nunca habrían imaginado vivir tiempo atrás, pero ahora, se había convertido en una rutina sagrada para ellos. Helios caminaba junto a Herseis, observando con ojos atentos cada detalle del entorno y, sobre todo, cuidando que nada perturbara a su pequeño hijo.Helios sintió una profunda satisfacción al ver a Horus tan tranquilo en su carrito, envuelto en una suave manta azul que le habían regalado los abuelos. A su alrededor, el parque bullía con la vida de otras familias, niños jugando y risas de fondo, pero todo parecía en un segundo plano para él. Su estaba centrada en la pequeña familia que hab