61. ¡Ella no podía estar pidiéndole el divorcio!
— Calioppe… ¡¿Calioppe?!
Cuando el brasileño escuchó que la llamada se había colgado, su pulso se disparó y miró con los ojos abiertos a María.
— Patrón…
— ¿Dónde está? — exigió saber.
La pobre mujer parpadeó.
— Yo no lo sé, patrón.
— ¿Cómo que no lo sabes? ¿Todo este tiempo has estado en comunicación y no me lo habías dicho? ¿Qué pasa con todo el mundo en esta casa?
— No es así, patrón, verá, mi ahijada me llamó, me dijo que estaba bien, que se había ido con la señora Calioppe, pero…
— Pero, ¿qué?
— Pues me dijo que no volvería, y tampoco me dijo donde se encontraban — contestó en voz baja.
Nicholas Dos Santos cerró los ojos, buscando tranquilizarse. Miró el aparato y devolvió la llamada al último número.
Esperó varios tonos.
Nadie contestó.
Insistió, inquieto, varias veces.
Nada.
— ¡Carajo! — gruñó antes de salir de allí.
Fue hasta su despacho. Necesitaba averiguar de quién era el número, o al menos de donde había llamado.
Revisó la lista telefónica, número por númer