12. No escaparás de mis preguntas
No se movió de su lado el resto de la madrugada.
La lluvia cedió al alba y Calioppe al fin abrió los ojos, mostrando mejorías. Los débiles rayos de sol se asomaban tímidos.
La inocente joven creía despertar de un eterno sueño. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo. Movió los párpados lánguidamente, acostumbrándose al amanecer.
«¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Había podio escapar de la hacienda? ¿De su marido?» Se preguntó, observando a su alrededor con gesto desconcertado, hasta que se topó con esos pozos verdes que tanto la intimidaban.
Pasó un trago con esfuerzo. Su corazón latió como una locomotora.
— Ni…Nicholas — musitó con apenas voz.
Él la miró severo, rencoroso, a un lado de la cama. Tenía el pecho descubierto.
— ¿Qué, no esperabas verme aquí? — le preguntó con mordacidad — O mejor aún… ¿esperabas ya estar en otro lugar?
Calioppe lo observó aterrada. Vagos recuerdos de la noche anterior, aunque confusos, vinieron a su mente.
— ¿En qué diablos pensabas, eh? ¿Pretendía