Benedict prefiere no responder a su pregunta ni a sus provocaciones. Isabella está demasiado ebria y no va a pelearse con ella en este lugar frente a todos. En cambio, sin que nadie lo prevenga, agarra sus muñecas con firmeza y la trae hacia él de manera brusca.
—Es mejor irnos a casa, estás ebria —dice con voz autoritaria.
Lejos de resistirse o quejarse por su manera brusca de tratarla, Isabella se apoya aún más en su pecho y lo rodea con ambos brazos en un abrazo completo. Su calor, el aroma de su perfume y la sensación de seguridad la tranquilizan. No quiere soltarlo, no ahora.
—Por fin te encontré —dice ella antes de un suspiro ahogado—. Pensé que nunca iba a hacerlo. No podía recordar tu rostro.