Benedict permanece en el sofá, observándola, hasta que ella se queda dormida. Algo en su interior le dice que no debe dejarla sola en ese estado. En silencio la escudriña, mientras la respiración temblorosa de Isabella se va normalizando poco a poco.
Luego, con un suspiro pesado, se dirige al baño para darse una ducha fría. El agua helada golpea su piel y calma poco a poco el fuego que aún arde en su interior.
Cuando termina, sale de la ducha y se coloca un pantalón de chándal y se acuesta a su lado. No la toca ni intenta despertarla o acomodarla. Solo la mira por un instante antes de cerrar los ojos y rendirse al cansancio.
A la mañana siguiente, Isabella despierta antes que él. Su cabeza late con un dolor insoportable, consecuencia