La cena es deliciosa. Las conversaciones fluyen con soltura. Todos han terminado su plato, y las copas de vino tintinean entre comentarios triviales. Los niños ya se han retirado a su habitación.
Gabriel, que no se ha despegado de Megan en toda la velada, le toma la mano con suavidad, sin dejar de mirarla con esa sonrisa segura que tanto lo caracteriza.
—¿Qué te parece si terminamos la noche en mi discoteca? —dice con tono entusiasta—. Dentro de una hora toca una banda electrónica muy reconocida. Me encantaría bailar contigo.
Megan sonríe, sin mirar a nadie más. La propuesta no la sorprende; la calidez con la que Gabriel la trata ha sido constante durante toda la cena. Pero su respuesta, tan simple que parece afirmativa, desata una tormenta qu