Benedict permanece sentado en el balcón, inmóvil, con la mirada perdida en un punto indeterminado. La brisa apenas mueve su cabello y su expresión no se altera. Junto a él, su tía Irene observa la escena con una mezcla de cansancio y frustración. Lleva más de una hora intentando hacerlo entrar en razón, pero él apenas reacciona.
—Si no sigues las indicaciones correctamente, nunca vas a curarte —dice ella, con voz firme y cruzándose de brazos—. No has comido nada en todo el día. ¿Así piensas recuperarte? Alimentarte bien es lo primero.
Benedict no responde. Sigue con la vista fija en el vacío, como si ni siquiera hubiera escuchado sus palabras.
—Si lo que estás buscando con esta actitud es