Benedict regresa a la mansión Arrabal, aunque todavía debe guardar reposo. Al llegar, el chofer abre la puerta trasera y Benedict desciende. Lo que no espera es encontrar a su tía Irene esperándolo en la entrada. Está de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Lo que menos imagina la anciana es ver también a Bella descender del auto.
—Tía… —murmura Benedict, sorprendido—. No esperaba encontrarte aquí.
—¿Por qué no me contaste lo que pasó? —le espeta ella con tono cortante—. Te cuidé tantos años y ahora una estúpida intenta envenenarte y agrava tu estado de salud. ¿Por qué me excluyes? ¿Por qué no me dices nada? ¿Crees que no me preocupo por ti?
—No quise agobiarte —responde él, intentando mantenerse tranquilo—. Ya me siento mejor.