—Señorita Navarro, ya revisamos las cámaras y no se ve a ninguno de los presentes en esa cabina manipulando la copa de vino, excepto al maître y al mozo. No podemos hacer nada hasta conseguir las pruebas —dice el oficial, cruzado de brazos frente a Bella.
Ella respira hondo, pero no logra contener la ira que le hierve por dentro. Aprieta los puños, frustrada. Alba no puede salirse con la suya una vez más.
—¿Pueden mirar los minutos previos? ¿Buscar en las cámaras de los alrededores del restaurante? Ese veneno era para mí. Alguien lo puso allí y me querían obligar a beberlo. No apareció por arte de magia —insiste, con los ojos encendidos de indignación.
—Lo sabemos, señorita. Estamos haciendo todo lo posible por esclarecer el caso. La llamaremos si hay alguna novedad.
Bel