HENRICO ZATTANI
Todo ese momento y pensé que el bastardo era solo un cretino travieso.
—¡Qué carajo! Golpeo mi puño contra el volante, lo suficientemente irritado como para romperle la cara a la pequeña m****a de un solo golpe.
—Necesitas calmarte, hombre. — gruñe Guilhermino a mi lado, agarrándose con fuerza a su asiento.
No tengo tiempo para calmarme, de hecho quiero guardar todo mi enfado para cuando me lo encuentre.
—El bastardo mató a sangre fría al novio de su madre, se casó con Aurora y cree que Amelia le pertenece. ¡No me pidas que me calme, m*****a sea! Mi esposa vive con un maldito asesino y no tiene idea. —Gruñido, pasando por delante de una Hilux en una maniobra arriesgada.
—¡Mierda! —grita mi amigo, mirando por el espejo retrovisor al auto que adelanté.
Acelero, paso los semáforos y arriesgo nuestras vidas, pero nada puede apartar mis pensamientos de la m*****a cara de esas fotos.
—Trata de no matarnos.—Guilhermino sisea y yo no lo miro, solo acelero.
— Di algo pa