El viento frío rozando su rostro le devolvió la calma. No necesitaba en su cabeza recuerdos dolorosos o incertidumbres irresueltas sobre el futuro. Una buena pelea aliviaría su espíritu. O eso creía, pues al entrar al campo de entrenamiento una voz familiar lo tomó por sorpresa.
—¿Qué haces aquí?—La imagen de Jabari charlando y bromeando livianamente con los guerreros lo desconcertó. No esperaba verlo allí, no estando tan cerca el aniversario de la muerte de Aysel. Más grave aún le pareció verlo sonriente entre los hombres como si nada pasara. De pronto lo asaltó la sensación de que algo no estaba bien.
—¡Miren quien se dignó a honrarnos con su excelentísima presencia! Estoy bien amigo mío, gracias por preguntar.
—Responde, Jabari. — El guerrero sonrió.
—Veo que como ya te aburriste de gritarle a mi Señora has venido a gritarme a mí.
Las palabras entraron como un golpe justo entre las entrañas de Tabar. Pronto se formó un bullicio ensordecedor entre los guerreros. Ajeno a