Mientras le daba de comer, me quedé junto a Ethan, observando cómo la fiebre lo atormentaba. Su respiración era pesada y su piel enrojecida.
—Ethan, lo siento tanto —dije, tomando su mano—. Nunca quise que te enfermaras.
Él me miró con ojos cansados pero comprensivos.
—No es tu culpa, Vicky. Esto pasa —respondió débilmente.
—De todas formas, lo siento —repetí, apretando suavemente su mano—. ¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?
Ethan se recostó de nuevo en el sofá y me incliné para acomodarlo mejor.
—Déjame ayudarte. Tienes que comer un poco más —insistí, acercando la cuchara a su boca.
—Vicky, puedo comer solo —protestó, sin fuerza para convencerme.
—Déjame hacerlo, por favor. Solo quiero cuidarte —dije, y finalmente cedió, aceptando la comida.
—Siempre te preocupas demasiado —murmuró con una sonrisa cansada entre cucharadas.
Después de unos minutos, Ethan cerró los ojos y aproveché para tomarle la temperatura. La lectura me alarmó; tenía fiebre alta. Corrí al baño, em