Capítulo 4. Ahora es suya

Mientras más se acercan a la habitación de Egil, Adelaide se siente más mareada y con ganas de vomitar. Su estómago se revuelve y no encuentra la manera de tranquilizarse.

—Mantenga la calma, mi niña —Insta la sirvienta como si eso fuese posible para ella. Puede pedirle todo, menos calma. Eso es imposible en estos momentos—. Recuerde todo lo que le enseñé, si se resiste puede ser peor. Es mejor que se acostumbre a estas órdenes, el señor Egil será su esposo desde mañana y hoy es legalmente su prometida, por lo que es normal que desee pasar tiempo a solas con usted.

Para Adelaide escuchar esas palabras de la única persona que la ha comprendido y cuidado desde que nació es el claro ejemplo de que le esperan días muy difíciles en esta hacienda.

Adelaide no se siente preparada para este encuentro a solas entre ellos, es más, está aterrorizada solo de imaginar que ese hombre pueda disponer de su cuerpo como se le antoje.

—Ya llegamos, mi niña —Se detienen frente a una puerta doble custodiada por dos hombres armados y cara de malos—. Debe dar dos toques y esperar que el señor le autorice para entrar.

Adelaide asiente con un gran nudo en la garganta. Mercedes aprovecha ese corto tiempo para acomodar su larga cabellera a un lado de su hombro para que se vea más sensual.

Cuando termina, hace un asentimiento y se marcha.

La joven duda en tocar la puerta, pero antes de que pueda reaccionar, uno de los guardias lo hace, anunciando su presencia en la puerta.

—¡Adelante! —La voz profunda y ronca de Egil se oye desde el otro lado unos segundos después. Adelaide se estremece como si una ola de frío la tomara por sorpresa. Las puertas dobles se abren y la joven entra a ubicarse a unos pasos con la vista fija a sus zapatos y el corazón atorado en la garganta.

Dentro de la habitación no se oye nada, excepto su propia respiración agitada. Tampoco osa levantar la vista para ver dónde se encuentra Egil o si la está observando desde algún punto.

Adelaide permanece parada en la misma posición durante unos minutos hasta que finalmente oye los pasos de su futuro esposo acercarse hasta ella. 

La joven levanta la vista y por unos segundos ambos se miran fijamente a los ojos. Adelaide se siente intimidada por el corpulento hombre frente a ella. Él es demasiado grande y alto, mientras que ella es muy pequeña y escuálida. No es de extrañar que Egil la vea como a un insecto al cual puede aplastar sin compasión.

Egil ya no lleva su traje azul como a la hora que llegaron. Ahora lleva solo su camisa celeste, con las mangas dobladas hasta sus codos. Adelaide no puede evitar detallar su cuerpo bien formado que resalta a la perfección bajo esa casi transparente tela. El atractivo de este hombre no es algo oculto para nadie y ahora ella lo está confirmando con sus propios ojos.

Su cabellera castaña combinada con sus ojos azules le dan un aspecto sobrio y austero. Y su aroma embriagante y masculino no pasa desapercibido para Adelaide cuando él la rodea lentamente al punto de dejarla levemente mareada.

—¿Cómo estuvo su viaje, Adelaide? —Pregunta él a su espalda. La joven se sobresalta y Egil sonríe al notar su reacción tan tonta.

—Largo y bastante cansador, señor —Responde ella en un hilo de voz grave. Un gruñido es la respuesta que recibe.

—Espero que no se encuentre tan cansada como para compartir un momento conmigo —Replica él colocándose delante de ella. Adelaide niega con un nudo en la garganta—. Me gustaría conocer más detalladamente a mi futura esposa. Quítese el vestido y voltee hacia la pared.

Adelaide empieza a bajar su cremallera de su vestido con los dedos temblorosos, mientras Egil sigue sus movimientos con una sonrisa arrogante estampada en el rostro.

El mayor deseo del él es hacerla pagar, descargar en ella la rabia que siente por lo que sucedió con su hermana Nadia y lo hará esta misma noche. Poco le importa que ella sea hija de Bahram Valencia; va a tratarla tal como a una mujerzuela o peor, después de todo, ella es de su propiedad ahora, su propio padre la entregó como compensación por el acto indigno de Nadia y él no perderá la oportunidad de demostrarle cada segundo de su estadía en esta hacienda, en manos de quien cayó.

Adelaide abre su vestido y lo deja caer al piso, dejando ver su cuerpo casi totalmente desnudo a Egil. Por un momento siente ganas de taparse, pero él emite un corto gruñido de advertencia que la hace recapacitar.

Egil la mira sin pudor alguno desde la punta de sus pies hasta detenerse deliberadamente más de la cuenta en sus pechos que son firmes y bastante generosos. Por lo demás, es tan delgada que podría hacerla pedazos si se deja llevar por su instinto más primitivo. Tampoco cree que ella alguna vez aguante su pasión.

La observa detenidamente y ni siquiera le apetece poseerla, las mujeres con las que suele estar son mucho más hermosas que ella y saben cómo complacerlo; sin embargo, no perderá la oportunidad de hacerla sufrir cada vez que tenga la oportunidad.

—De la vuelta, Adelaide —Ordena una vez más con voz firme. Ella lo hace lentamente, tomándose el tiempo para poder asimilar su situación.

Una mano grande y firme se posa en su espalda baja y la empuja contra la pared, donde la acorrala con su enorme cuerpo.

Un jadeo corto sale de la garganta de Adelaide por la impresión. ¿Acaso este hombre va a poseerla parada?

Egil aspira su aroma mientras pasea sus dedos largos por su cabello, disfrutando de su suavidad. Nunca conoció a nadie, excepto a la señora Amaranta, con esos rasgos que le parecen hermosos y exóticos. Las mujeres de aquí son en su mayoría morenas y algunas raras excepciones, rubias, pero ninguna tiene el cabello tan largo y bien cuidado como Adelaide.

Con una lentitud que quema, él enreda su cabellera rojiza entre sus dedos y la jala hacia atrás, arqueando la espalda de Adelaide hasta apoyar su cabeza en su pecho.

La joven se muerde el labio inferior para evitar emitir algún quejido de dolor, mientras Egil la observa desde atrás, complacido.

El hombre lleva su mano libre hasta uno de sus pechos y lo amasa, lento primero, luego con más agresividad, lento nuevamente y agresivo de nuevo, como si siguiera algún tipo de patrón para torturar el cuerpo de Adelaide.

La joven no comprende como algo tan brusco y desagradable puede causar satisfacción. A ella no le gusta lo que está sintiendo.

—Quítese también su ropa interior —Pide él sin dejar su labor en su pecho.

La joven lo hace lentamente para darse un poco más de tiempo, pero él pilla su intención y se lo quita de un tirón. Abre sus piernas con sus rodillas y lleva su mano a su intimidad y empieza a palpar.

Adelaide comienza a llorar por la sensación incómoda en esa parte de su cuerpo que nunca antes había sido invadido. Es un sollozo silencioso que a Egil no le pasa desapercibido, pero sabe que esas lágrimas no son de dolor porque en realidad él no la está lastimando, es simplemente un llanto de resignación y eso lo complace. Lo que menos desea es luchar por algo que ya es suyo y Adelaide ahora es suya, completa y totalmente suya y no hay nadie que pueda remediarlo.

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