Capítulo 5. La amante de Egil

En la habitación principal de la hacienda Arrabal, Egil acomoda su dura virilidad bajo su pantalón de chándal y resopla. Esa jovencita no hizo más que dejarlo con ganas y ahora le cuesta conciliar el sueño debido a eso. 

Se levanta y empieza a caminar dando vueltas por toda la habitación hasta llegar al balcón. Trata de tranquilizar su cuerpo con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Adelaide retorciéndose bajo su mano aún está latente en su mente. Necesita aliviarse o esto lo va a volver loco.

—¡Gage! —Grita y el hombre entra rápidamente.

—¿Necesita algo, señor? —pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden.

—Trae a Petra ahora mismo —Ordena con voz ronca, Egil. Gage entiende lo que significa y va de inmediato hacia las habitaciones de las sirvientas de su jefe.

Petra es una de sus amantes favoritas y todos en la hacienda lo saben, hasta el mismo Egil le da demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que las demás mujeres de la familia se sientan molestas y el ambiente entre ellas sea muy tenso, la mayor parte del tiempo.

Sin embargo, Gage sabe que no es nadie para meterse en esos asuntos de su jefe, por eso se mantiene alejado de esos pleitos y deja el tema en manos de Lilith, la prima de Egil, la encargada de toda la servidumbre y los asuntos de la casa. 

Gage llega hasta la puerta y Petra se sorprende cuando le informa que su jefe la manda llamar a su habitación. Oyó decir a las sirvientes que la joven Valencia estaba en su habitación y por ese motivo pensó que no la necesitaría esta noche.

Una sonrisa lobuna se dibuja en su cara de inmediato ante la orden. Era obvio que alguien tan insignificante como esa pelirroja no saciaría la lujuria ni la potencia de Egil. El destino de Adelaide ya está predicho y ella pretende hacerle la vida de cuadritos cada que le sea posible.

El señor Egil es un hombre grande en todos los sentidos y casi ninguna de las que lo han servido sexualmente soportan sus formas tan bruscas de poseerlas. Solo Petra lo conoce y satisface en las formas que a él le gustan. Eso le ha dado su lugar como la favorita desde hace mucho tiempo.

—Deme unos minutos, ya salgo —dice ella con una alegría que no logra ocultar.

Ella tiene puesto su camisón de seda, así que se coloca unas gotas de perfume, un poco de pintalabios y con un chal sobre sus hombros sale con aire triunfante por los pasillos para dirigirse a la habitación de Egil.

En la habitación principal, Egil está impaciente, sentado en uno de sus sillones. Apenas escucha los toques en su puerta, ordena que pase.

—Señor —Petra saluda al entrar—, ¿me mandó llamar?

—¡Desvístete y ven aquí! —Ordena Egil dejando a la vista su miembro adolorido. 

Petra lo hace quedando totalmente desnuda, camina hasta él y se sienta a horcajadas, dejando que él se coloque en su entrada. Egil no es un hombre cariñoso y mucho menos paciente. Sin embargo, ella aprendió a aceptarlo y a disfrutar de sus encuentros íntimos con él.

Sin preámbulos, él la penetra tan profundo que la concubina se queda sin aire por unos segundos. Egil no espera a que ella se recupere, la toma de ambos lados de la cadera y comienza con su vaivén de embestidas fuertes y profundas que llevan a la joven en un éxtasis profundo de un momento a otro.

Egil toma uno de sus pechos con su boca, lo mordisquea y succiona. Petra es una mujer de cuerpo exuberante, sus caderas son anchas y su cintura pequeña, pero sus pechos son la envidia de muchas mujeres por la hacienda, son grandes, muy grandes y a Egil le encanta jugar con ellos. Su cabellera es castaña y ondulada, ojos cafés y dos hoyuelos que se notan desde lejos cuando sonríe.

Con cada embestida, él se acerca más a su clímax. Apenas en la mañana había estado con ella, pero ahora mismo se encuentra abrumado por la excitación que Adelaide dejó en él y necesita desahogarse o de lo contrario irá junto a ella a completar lo que había iniciado.

Cuando Egil llega a su apogeo, Petra se aferra a su pecho. Allí permanece por unos minutos esperanzada de que él le pida quedarse, pero se decepciona cuando Egil le pide que se retire.

Se levanta de su regazo con las piernas temblorosas y se viste como puede antes de marcharse. 

Mientras tanto, Adelaide no puede evitar sollozar al recordar los dedos largos de Egil invadiendo su intimidad. Eso fue lo peor que le pasó en su corta vida, sintió como si se hubiese desgarrado cuando él introdujo dos dedos dentro de ella y permaneció allí por un largo rato sin hacer nada más, multiplicando su agonía y regocijándose de su incomodidad.

Él pudo haber sido más amable con ella sabiendo que era pura, pero para la joven es obvio que su intención desde un principio era lastimarla y nuevamente lo había logrado. 

—Mi niña, ¿necesita que la ayude? —Se oye la voz de Mercedes desde el otro lado de la puerta—. Puedo preparar un té que va a ayudarla con su malestar.

Mercedes se sintió muy triste cuando la vio salir llorando de la habitación de Egil y enseguida vino tras ella, pero encontró la puerta cerrada.

La joven por fin abre la puerta. Mercedes la despoja del vestido que le habían puesto antes de irse y le coloca un camisón para que pueda sentirse más cómoda.

Con un cuenco de agua tibia, empieza a limpiar su cuerpo. Por su experiencia enseguida se dio cuenta de que Egil no la había poseído y eso la tranquiliza un poco. De todos modos, no cree que tenga la misma suerte por mucho tiempo.

Poco tiempo después de que termina de limpiarla, la joven Adelaide ya está profundamente dormida. La arropa y sale para dejarla descansar. Mañana es el día más importante de su vida y muchas más cosas le esperan.

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