Ignacio regresó de la oficina, y consiguió a Lucrecia en la sala; la mujer se veía algo angustiada.
—¿Cómo estás hijo? —Ignacio ya venía lleno de amargura y con sarcasmo respondió:
—Muy bien tía, ya sabes que estoy muy bien. —Se fue hacia las escaleras y Lucrecia con nerviosismo lo detuvo.
—¿Por qué no te quedas aquí un rato y charlamos? —Ignacio volteó a mirarla con los hombros erguidos, observó que ella había juntado sus manos y movía los dedos con nerviosismo.
—¿Qué está sucediendo tía?
—Nada, solo me gustaría que nos sentáramos a platicar un rato. —Ignacio Frunció el ceño.
—¿Le abriste la puerta a Silvia?
—No, no, ¿cómo crees? —La miró con recelo y subió como u