Capítulo 2: ¿Te conozco?

10 años después

Los aplausos ensordecedores cuando entran los recién casados al salón, son dignos de una película romántica. Esta es por mucho la recepción más extravagante en la que he podido estar con el servicio de catering para el cual trabajo, y mi momento de brillar al estar encargada de la mesa de dulces. Hice una gran mayoría de ellos por primera vez, y si me va bien esta noche, mi jefe me incluirá en el equipo de repostería como repostera fija.

—¿Cuántas casas crees que cueste ese vestido de novia? — pregunta con curiosidad Selena, mi compañera de estación.

Ambas estábamos detrás de la mesa con nuestros uniformes correspondientes, por la importancia del evento, nos había tocado vestir las chaquetillas de reposterías negras, las más formales. Eso junto con nuestros cabellos sujetos a colas de caballo, nos dan nuestra mejor apariencia.

—Debieron invertir mejor en las casas que en un vestido que usará una sola noche — comento comenzando a aplaudir en una gran sonrisa, por los novios pasar por nuestro frente. Selena hace lo mismo.

Los esposos llegan a la pista de baile y los violines inician a llenar el ambiente con su tonada.

—Eres una amargada de las bodas Clara. ¿Acaso no es el sueño de toda mujer casarse en una gran fiesta como esta? — me regaña mi compañera y amiga.

—El mío no lo es. El amor es una farsa Selena, algún día lo comprenderás y no te culparé por haber intentado creer en este, eso sí es lo que nos enseñan a las mujeres. Creer en falsas promesas — respondo con la seguridad que me habían dado los años.

Ella me revira los ojos en un gesto de fastidio, y yo contengo mi sonrisa. La mayoría de los invitados están rodeando la pista de baile, y, por ende, dejamos de tener visibilidad del vestido que originó nuestra disputa.

—Para vivir de las bodas, eres particularmente fastidiosa con el tema eh — continua esta.

Solo me queda por suspirar, y prepararnos para aquellas pequeñas cabezas saliendo de la multitud, y dándose cuenta de nuestra existencia: niños. Los niños siempre eran los primeros que degustaban nuestras creaciones en los eventos de este tipo.

—No es que lo haga por voluntad propia, sino por necesidad. Me gusta la repostería, no servir los productos a los clientes. Convéncelos de los postres sin mucha azúcar, no queremos niños hiperactivos en la pista de baile durante las fotos — aconsejo a mi compañera.

Dicho ello, un grupo de cuatro niños se asoman a nuestra mesa, ansiosos de degustar los muffins de chocolate, pero los convenzo de que son más sabrosos los brownies de plátano. Juran que morirán o se pondrán a llorar si no les damos los vasos con tiramisú, nos lo tomamos en serio y les cedemos otro tipo de tiramisú, que en realidad no lo es, sino más bien son petit suisse de fresa sin azúcar. Todo es sobre estrategia cuando de niños se trata, la experiencia así me lo ha demostrado.

Después de satisfacer a sus pequeños estómagos, es tiempo de servir la cena, algo que ni a Selena o a mí nos corresponde esta vez. Nuestro rol como vigilantes de dulces sigue en pie durante el desfile de meseros con aquellos platos dignos de restaurantes prestigiosos. Estos sirven las mesas, y los invitados parecen estar inmersos en sus propias conversaciones.

Tanto Selena, como yo, así como el resto de nuestro equipo de trabajo, parecía invisible para estos. Nos encontrábamos allí para asistir y servir. Y en el transcurrir de la cena, muy raro era que alguien fuese a la mesa de dulces. Por eso, me sorprende que Selena esté jalando de mi manga con disimulo.

—A las 3, invitada adulta al ataque — revela.

Dirijo mi mirada a la invitada de la que me hablan, doy con ella y si no estuviese forzando los músculos de mi boca, estos estarían mostrando una mueca de absoluto susto. La famosa invitada que estaba caminando con una expresión curiosa a nosotras, era Victoria Laurent.

La misma Victoria que hace diez años había escuchado delatarse como la amante de mi prometido. Aquella mujer con la que formaría una familia real después de divorciarse de mí. La apariencia de esa mujer había madurado, ya no era la misma chica de 20 años, ahora con los 30 que debía tener su cara, cuerpo y hasta andar, gritaba refinamiento por doquier. No me podía estar confundiendo, era ella.

Estoy luchando para que mi rostro muestre una expresión neutral, algo de lo que Selena se da cuenta de inmediato. Ese es el motivo de que se me adelante a saludarla.

—Buenas noches. ¿Le interesa algo en particular o gustaría que le sugiriese los especiales de la noche? — habla Selena.

Victoria ni le mira, me mira a mí, únicamente a mí en una sonrisa burlona.

—¿Clara? ¿Clarita la huerfanita? ¿Eres tú? — cuestiona más confiada que nunca.

Me prometí no volver al pasado, a no rebuscar en los recuerdos, pero tenerla tan cerca de mí es impactante. Recuerdo lo confiada que era esta mujer desde que nos conocimos, lo confiada que siguió siendo cuando el que creía su ex inició una relación conmigo.

Todo está en el pasado me repito, aun así, la humillación no es fácil ni de perdonar o de olvidar. Esas miradas y comentarios confiados al toparnos con ella, tenían una razón de ser. Los dos se estaban burlando de mí, de Clarita la huerfanita como acababa decir, como nunca desistió de llamarme a pesar de que le pedí que no lo hiciera más.

No le daría satisfacción en el presente.

—Disculpa, pero… ¿te conozco? — respondo en cambio con más descaro que el que ella usó.

—Vamos, ¿cómo no te acuerdas de mí? ¿O es que te olvidas del rostro de todas las mujeres a las que les robas el novio? — ríe con estupefacción.

Estupefacción siento yo, dentro de mí, no por fuera. Decido mostrar confusión, y reprobación.

—Está confundiéndome con alguien más. Le sugiero que deguste de los postres que desee y se devuelva a su asiento — pido con la mayor de las profesionalidades.

Victoria no se inmuta por mis palabras, toma uno de los vasos con cheesecake de limón, después come una pequeña cucharilla. Finge que le degusta más de lo necesario. Muestra sus relucientes dientes en una sonrisa.

—Mejores he probado, pero no está tan mal como aparenta, aunque sea. Con permiso — se despide y se marcha fuera de nuestra vista.

Exhalo todo el aire de mis pulmones, y mi espalda deja de estar tensa.

—¡Qué bruja! ¿La conocías o estabas diciendo la verdad? — interroga Selena.

Selena y yo no habíamos convertido en amigas desde hace tres años más o menos. Justo cuando me alquiló un anexo de la casa de su madre a un buen precio. Estaba desesperada en ese entonces, si dejé de creer en los cuentos de hadas, y que en esta vida el trabajo duro se recompensa, era por algo. Desde que la conocí mi vida cambió para bien, gracias a ella entré a este trabajo. No obstante, había cosas de mi vida que no le había contado, y que prefería no contar a nadie. Como la relación que una vez tuve con los Brown, o ese fatídico romance de un mes con Leonel a mis 18 años.

—Quería molestarnos. Sabes cómo son algunos invitados en las bodas, se aburren con facilidad — miento.

Mi compañera no se cree tanto como quisiera mi mentira. Se me queda mirando con los ojos más cerrados que abiertos.

—¿Por qué sabe cómo te llamas? ¿Qué era eso de Clarita la huerfanita? — indaga ella.

—Ni que fuese la única Clara en este planeta. Deja de distraerte y hablarme, el jefe nos verá parloteando más de lo que le gusta en horas laborales.

Mi excusa podrá ser poco convincente para cualquiera con algo de astucia, aun así, Selena la acepta por el momento y seguimos desarrollando nuestro trabajo de la noche. Para mi suerte, sin haber vuelto a ver Victoria merodeando nuestra estación.

Había sido una desagradable coincidencia, que esperaba no se volviese a repetir.

……

Que no hubiese vuelto a toparme con la bruja de Victoria fue lo único que no hizo más terrible esa boda, porque qué noche tan complicada había experimentado nuestro equipo. Un poco de alcohol en el torrente sanguíneo de los invitados y ¡Voilà! llovieron borrachos ansiosos de azúcar por doquier. Tan terrible fue la demanda de nuestros postres que tuve que volar a la cocina a surtir de más unidades.

A pesar de ser una noche agitada, había sido un éxito para mí. Así me lo dio a conocer nuestro jefe Ricky. Me felicitó, y comentó que, en la siguiente boda, esa programada para después de tres fiestas de cumpleaños, sería parte fija del personal de repostería.

Metiendo la llave en la cerradura, me mantenía en pie por pura voluntad, sin embargo, una vez estoy dentro de mi pequeño anexo de dos habitaciones, mis energías son recargadas. Dejo mi morral en el sofá de la sala, me deshago de mis zapatos y entro con suavidad en la habitación de mi razón de existir.

—¿Mami? — se remueve entre sus sabanas y con su carita a medio despertar Sara — ¿me trajiste pastel?

Mi rostro es adornado por una sonrisa cansada. Me aproximo a ella y siento en la cama para arroparla nuevamente.

—Sigue durmiendo mi chiquita, mañana tienes clases. Y no, nada de pastel para ti a estas horas — le hablo cariñosamente.

—Pero me porté bien mamá. Hice la tarea y me acosté temprano — responde con cada vez menos sueño mi hija.

—Todas esas cosas las hacen las niñas buenas, no precisamente las niñas que comen pastel — digo con falsa seriedad.

—Tonces seré una niña mala — me reta.

—¿Si? Es una lástima porque estaba pensando que el siguiente sábado podría prepararte pastel de chocolate y pasear y ver una película y comer pizza…

Los ojos de Sara se espabilan, y olvida rastro alguno de reto.

—¿Con pepperoni? ¡Mucho con muchos pepperonis! — exclama.

—Eso mismo. ¿Tenemos un trato? — negocio con esta.

—¡Sí! Mira, estoy dormida — asegura mi niña cerrando los ojos con fuerza y pretendiendo que está “ya dormida”.

Beso su cabecita llena de ocurrencias por doquier, y le digo lo mucho que la amo. Salgo de su habitación y un sentimiento extraño se siembra en mi pecho. Por una parte, estoy feliz de este ascenso. La paga sería mejor y los horarios nocturnos quedarían prácticamente extintos. Eso quería decir que podría estar más tiempo con Sara, y no dejarla con la mamá de Selena en las noches. Ella era quien la cuidaba por mí amablemente. Era una mujer de gran corazón al igual que su hija.

Aunque, mi satisfacción era opacada por mi encuentro con Victoria. Toco mi pecho preocupada y consternada. Me vuelvo a repetir que su aparición fue un hecho aislado, una coincidencia. Yo no tenía nada que ver con esa gente, habían pasado tantos años.

Pero al mismo tiempo sentía que me estaba mintiendo.

Yo sí tenía que ver con ellos después de todo, era la madre de Sara, y Sara la hija de Leonel Brown.

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