Capítulo 3: Un invitado indeseado

¿Cómo fue que terminé siendo la madre de la hija de ese malnacido? Digamos que yo era una pobre niña ansiosa de amor y de una familia. Digamos que me comí ese cuento de que la gente adinerada puede mostrar afecto desinteresado en ti. Digamos que creía en las mentiras de un hombre sin escrúpulos, ni corazón.

Tenía 18 años cuando me embaracé de Sarita, a duras penas sabía lo que hacía. Pero la única decisión que tomé en aquel tiempo de la que no me arrepiento, fue haberme embarazado de mi hija. Y, por ende, haberme acostado con el malnacido con L ese. Unas tres veces me acosté con él bajo premisas de amor, matrimonio y un futuro juntos. Conociendo su plan macabro, debió llevarme a la cama para comprometerme y embobarme más de lo que me tenía.

Era virgen, dejé de serlo con él. Por supuesto que lo hizo con la intención de ser el nieto que se quedara con la obra de caridad de Leonor. Después de mi huida fatídica de esa noche, tuve que empezar de cero. Me fui del estado sin nada en las manos. Literalmente nada. Vendí el anillo de compromiso y sobre la marcha fui reconstruyendo mi vida.

Mi edad e inexperiencia me jugaron en contra. Sabía que el mundo era un lugar aterrador, mas no lo había experimentado por mí misma. Antes de fallecer mis padres, estos me protegieron, y luego de ello, Leonor lo hizo a su manera, nunca llegó a adoptarme como tal, aun así, pagaba muy bien a los tutores que tuve para ser tratada lo mejor posible. Por eso cuando estuve por mi propia cuenta, más fueron los días que tuve ganas de morir, que vivir.

Me sentí usada, traicionada, desahuciada, no tenía razones por las que seguir viva.

Hasta que una prueba de sangre obligatoria que me pidieron para contratarme en un trabajo, me dio la revelación más estremecedora. Estaba embarazada.

Mi embarazo impidió que me contratasen, aunque lo que sí me ofrecieron fue la oportunidad de interrumpirlo por mi edad. Una madre adolescente y soltera más para el mundo que querían evitar. Mi estado no cambiaba en nada lo que me había hecho Leonel, me había enamorado de un hombre que no conocía, y al que no le importaba, menos lo haría mi estado.

Tras mucho meditarlo, me decidí por tener a mi hija. No fue sencillo, fue un infierno trabajar tallando pisos el día anterior a parir, pero pude hacerlo, traer al mundo a mi pedazo de felicidad, mi razón de existir, mi todo. Sarita representaba de algún modo mi esperanza en la vida, tenerla en mis brazos, escucharla y sentirla me devolvieron las ganas de vivir.

Éramos un equipo las dos. Y todavía lo seguimos siendo. A pesar de mis defectos, y que sé que hay muchas cosas que no le he podido dar, pero me he partido la espalda para que nada necesario le falté, y le he ofrecido mi corazón en bandeja de plata. Ella es una niña feliz, su maestra la elogia por su buen carácter cada vez que nos encontramos y es una pequeña con una salud perfecta.

Si es así… ¿por qué mi corazón sigue tan oprimido desde esa boda?

—Nada cambiará. Fui el chiste de la noche para esa mujer. Nada tiene que cambiar — me hablo a mí misma mientras pongo los palillos decorativos de animalitos a las trufas de chocolate.

Esta vez me encontraba trabajando en una de las fiestas infantiles pendientes antes de mi gran ascenso. Es una celebración con pocos niños, alrededor de veinte y ni tan salvajes como nos habían tocado alguna vez.

La mesa de dulces está decorada con chispas de colores por doquier y tonos vivos. Soy la única esta vez a cargo de ella, por eso doy algunos toques que me pidió la mamá del cumpleañero a último momento.

Termino con mi encargo y trato de concentrar toda la calma que no tengo. Nada iba a cambiar me seguía repitiendo. ¿Cuáles eran las probabilidades de que ese hombre se me apareciese?

—¿Clara? — escucho a uno de mis compañeros llamarme. No lo miro, me doy cuenta de que las servilletas no están al alcance de los niños. Las acomodo.

—Dime Mario — le invito a hablar mientras termino de acomodar.

—Te buscan… — comenta este incierto.

—¿Quién? — pregunto distraída.

—Yo.

Los vellos de mis brazos se erizan por debajo de mi chaquetilla blanca, pestañeo incontrolablemente y alzo mi rostro para confirmar mi sospecha.

Era él.

Después de 10 años.

Ahí estaba frente a mí Leonel Brown. Como si se tratase de una aparición de la que quiero escapar a toda velocidad. La impresión que me da se me asemeja a la de Victoria, seguía siendo el que recordaba, pero con más años encima. Años que solo habían servido para darle más imponencia y porte. Cosas que hacen brotar en mí una gran repulsión.

 Su cabello rubio, sus ojos azules que parecían más duros que el hielo, lo odio todo de él, hasta la más pequeña parte de él. Esta vez mi jefe no andaba pendiente de mí o de arruinar una boda costosa, por lo que no disimulo en esta ocasión.

Mi gesto pasa de sorprendido a uno molesto, y le doy la espalda para irme de allí. No tengo nada que hablar con él. Camino a un ritmo normal para no llamar la atención de los niños o los padres. No obstante, sé que igual la llamaré al este hombre colocar su mano en mi brazo y girarme para que lo observe de cerca.

—¿Negarás que me conoces Clara? Eso no funcionará esta vez — me advierte con completo reproche.

Me zafo de su agarre con fuerza.

—No me toques, no me hables, desaparécete de mi vista Leonel — exijo.

—Al obtener lo que quiero, es que será una posibilidad tu petición — dice.

Impresionante era la desfachatez de este hombre. Mi intuición me lo había gritado y yo ignorado, ese encuentro con Victoria había sido el comienzo del fin. Ella fue la que debió darle información de mí, de la empresa para la que trabajaba. Era una arpía, y Leonel, una víbora, que no me interesaba satisfacer.

—No estoy dispuesta a darte nada, no seas igualado. Nada mantenemos en común — argumento.

Leonel me da una sonrisa de burla. Es como si le quisiera hacer competencia a mi propia molestia. El odio brota por cada poro de los dos y ya ni sé si alguno lo sabe disimular frente a los demás, incluyendo Mario que se fue huyendo.

—Diría que dejarme plantado en el altar sin explicaciones es un nexo que seguimos conservando — expone altivo — ¿Quieres compartirlo con tus superiores? Puedo hacerlo con gran placer si no hablamos civilizadamente a continuación.

Estoy a esto de estallar de la ira y la impotencia. Sin embargo, sé que me debo comportar, y bajo ningún motivo podía dejar a Leonel revelar nuestro pasado. No había necesidad de ello. Tendría que ceder.

—Te daré mis 15 minutos de receso. Espero que resumas tu basura y vayas directo al grano — le impongo, él hace un gesto de que acepta el trato, y yo me sigo maldiciendo por dentro por haber ido a esa boda.

……

Después de dar una seña de auxilio a Mario para que me remplazase en mi puesto, mi invitado indeseado y yo caminamos a la mesa que nos dieron a los empleados de catering para poner sus pertenencias. Nos sentamos en extremos opuestos y con varios bolsos entre nosotros. Ninguno de ellos sirve para disimular la mirada asesina que compartimos.

—¿Y bien? Apúrate, tengo trabajo que has interrumpido por si no te has percatado — digo con brusquedad.

Percibo en su semblante una ligera sorpresa. A continuación, este se encarga de arrimar las pertenencias a un lado de la mesa, de forma que nos podamos ver con mayor libertad. No bajo mi guardia, debo estar atenta.

—La Clara que recuerdo no era tan amarga como la que estoy escuchando — comenta.

—¿Será que tiene relación con tu plan de casarte conmigo por el favor de tu abuela? ¿O por el hecho de jurar a Victoria que te casarías con ella una vez me usaras para satisfacer tu codicia? — espeto.

Tal vez no deba dejar brotar mi odio, pero es que nunca soñé o fantaseé con re encontrarme con Leonel. Él era otra de las cicatrices que marcaban mi cuerpo, era una cicatriz que no quería ver o tocar, e igual, mírame aquí, rascándola hasta hacerla sangrar. Para complementar, este ser no muestra ni una pizca de remordimiento, solo cansancio.

—¿Cuál de mis primos te lo dijo? ¿Leandro o Luciano?

—Ninguno, yo misma te escuché antes de la ceremonia en la iglesia — le reveló.

Este suspira más cansado todavía. Su semblante cansado me transporta a aquellas veces que hacía de todo por sacarle una sonrisa o que se relajase. Sabía que tenía grandes cargas sobre los hombros, traté de comprenderlo y estar para él. Este me dio como recompensa traición.

—Lo sospechaba. Me escuchaste con Victoria y tu reacción más lógica fue escapar como prófuga, en lugar de hablar conmigo — me recrimina.

Mis ojos se incendian más de lo que ya habían estado. 15 minutos no me bastarán para ponerlo en su lugar. Necesito como una hora más para convertirlo en un cadáver.

—¿Hablar de qué? ¿De cómo estabas con dos mujeres al mismo tiempo? ¿De cómo te burlabas de mí con tu amante? ¿Es que lo que escuché aquella noche era mentira? Las caretas han caído Leonel, no es necesario que tapes la verdad.

Leonel mira a la derecha, ese movimiento me hace notar cómo su mandíbula se tensa. Luego retorna su mirada a mí.

—Me dijeron que tienes una hija.

Esquiva por completo el derechazo simbólico que le di y me responde con una patada el triple de dolorosa en el pecho. Dentro de mí siento pánico y miedo. ¿Cómo lo sabía? Sea como fuese que lo supiese, lo iba a esquivar tal cual él me lo hizo a mí.

—No es tu problema si la tengo o no, el tiempo se acaba — no pestañeo ni una vez.

Necesitaba ser lo más hostil y hermética posible.

Leonel rechina sus dientes entre sí y seguido golpea su palma en contra de la tabla entre nosotros. Pienso que fue un impulso de rabia, pero alejando su mano me percato de que había dejado allí un anillo con una estrambótica piedra.

No era cualquier anillo, era el anillo que usó para proponerme matrimonio. El mismo anillo que había vendido para huir de los Brown. Estoy estupefacta mirándolo.

—¿Cómo lo conseguiste? — pregunto.

—¿Cómo prácticamente regalaste una joya como esta a esa casa de empeño barata? — contrapuntea este.

Era lo que hacía el desespero, pensar con la cabeza caliente y ser una chica ignorante de 18 años. En el momento en el que me dieron dos mil dólares por el anillo, pensé que fue mucho, y me sirvió por un tiempo. No obstante, al pasar los años, me di cuenta de que había cometido una estupidez. Lo regalé como él dice.

—Mi mal. ¿Qué quieres de mí? — le sonrío sin darle la razón y actuando como si no me hubiese importado perder tanto dinero.

También conteniéndome las ganas de saber cómo rayos lo había recuperado. Esto lo impacienta, tanto que muerde su mejilla. Se concentra ahora.

—Quiero que aceptes la propuesta que tengo para ti.

Alzo mi ceja ante la quinta vuelta que da Leonel. Este se prepara para decirme algo grande.

—Quiero que regreses a usar este anillo y a cumplir el rol que debiste cumplir. El rol que si hubieses cumplido no te tendría en estas. Actúa como lo que eres de una vez por todas, como mi esposa.

Mis ojos y boca se abren mucho, como demasiado y luego… luego…

Estallo en carcajadas. Tan alto estoy riendo que tengo que tapar mi boca. Tenía demencia prematura, era la única explicación. Debía tenerla, porque en lugar de tener la medicación adecuada en su chaqueta, saca de este una hoja grande doblada. La vuelve a plantar en la mesa y la acerca a mí.

Regresar a ver a Leonel no ha sido tan malo después de todo, qué mejor venganza que notar lo demente que estaba. Por pura curiosidad tomo la hoja, la desdoblo y leo por encima.

Resulta ser un acta, un acta de matrimonio. Una de Leonel Brown con Clara Santos.

Se me acaban los pensamientos de superioridad y el humor por el resto del año.

Era mi m*****a acta de matrimonio con Leonel. Esa que firmamos rápidamente en el despacho de Leonor porque la gran celebración sería unos días después. Me había casado civilmente con él antes de esa fatídica noche.

—¿Por qué me-me muestras esto? — digo con voz temblorosa — ¿No-no anulaste el matrimonio? Nunca convivimos como casados y te dejé en el altar. Este papel no sirve de nada ¿no?

Era una mujer pobre y tonta, no sabía qué hacer, ni cómo acercarme al notario que nos casó. Por lo tanto, imaginé que Leonel se encargaría de deshacerse de esa acta. Él era el que tenía cosas que perder. ¿Verdad?

 Mis pies y hasta alma está temblando en horror. Y el horror solo incrementa cuando veo la sonrisa complacida del sádico de Leonel.

—¿Solicitar una anulación? No lo hice... mi mal — me imita macabramente. No puedo fingir más que estoy bien o lejos de un infarto. Él continua — ¿Sabes qué quiere decir eso?

Ayuda, qué alguien me ayude. Jesucristo, también soy tu hija.

—Llevamos 10 años de casados Clara. Feliz aniversario, cariño.

Leia este capítulo gratuitamente no aplicativo >

Capítulos relacionados

Último capítulo