Después de la ducha, Hades y Elena salieron del baño envueltos en una atmósfera de cálida complicidad.
Hades se aseguró de que Elena estuviera bien arropada en su bata antes de tomar una toalla para secar su cabello. A pesar de la simplicidad del gesto, había algo profundamente íntimo en la forma en que lo hacía, sus movimientos lentos y cuidadosos, como si estuviera manejando algo más que hilos de cabello, algo esencial para él.
Elena lo miraba desde el espejo, su sonrisa suave reflejaba el agradecimiento y la calma que sentía.
—No necesitas hacer todo esto, Hades. Estoy perfectamente capaz de secarme el cabello.
—Lo sé —responde él, dejando la toalla sobre la encimera y acercándose para besar su frente—. Pero me gusta cuidar de ti. Ahora más que nunca.
Ella giró sobre sus talones para enfrentarle, sus manos subiendo para tocar su rostro.
—Tú también necesitas cuidar de ti mismo, Hades. Esto no puede ser solo sobre mí y el bebé. Somos un equipo, ¿recuerdas?
Hades sonríe, esa sonrisa