Golpeo, grito, insulto.
Sigo golpeando y gritando; chillo como poseída y tras media hora sudando la gota gorda, caigo rendida y me dejo arrastrar entre risas por Marco, fuera del ring.
Le he dado dura pelea y ahora, más que nunca, mi tobillo punzante lo reciente.
Duele un poco hasta respirar, pero se debe a lo agitada que estoy. El dolor puedo pasarlo por alto, siempre y cuando ya no tenga que levantarme de este alargado banquillo donde Marco me ha dejado.
Me seco la frente con la manga de mi suéter.
—Venga, refresca a la bestia.
Marco me sobresalta cuando pone una botella fría de agua contra mi mejilla.
Sonrío cuando se sienta a mi lado y me tiende una pequeña toalla.
Bebo agua agradecida y me seco el sudor de la cara y el cuello. Debo parecer un desastre, pero dado que me da igual y que sí lo soy, paso por alto aquello y me concentro en cómo me siento. ¿más liviana? Un poco.
¿Quiero seguir gritando? ¡Sí! Pero mis cuerdas vocales agradecen que he dejado de hacerlo.
¿Deseo