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Ya no siente que su espalda esté aprisionada con fuerza contra la puerta, sin embargo, percibe perfectamente que está recostado sobre su columna. Lentamente, advierte como las leves ordenes que envía su cerebro a sus músculos van surtiendo efecto. Sus extremidades le responden, pero algo sujeta sus piernas, al igual que sus brazos inmóviles, cruzados sobre el pecho.

Sus parpados ya reaccionan, pero no está seguro de querer abrirlos. Jamás creyó sentir tanto temor por el solo hecho de abrir sus ojos, pero sabe que no tiene más remedio que hacerlo. Lo hace poco a poco.

Ni bien despega sus pestañas, una luz blanquecina llega como un puñetazo en las retículas. El movimiento de sus parpados es milimétrico, pero continúan abriéndose. Por su cabeza llega a pasar el pensamiento de estar muerto, asimilando automáticamente la situación con la tan nombrada luz a la que debemos avanzar al momento de nuestra partida.

Sus pupilas se acostumbran al brillo. Lentamente comienza a distinguir algunas fi
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