Unos veinte minutos después, llegó al complejo residencial. Lorenzo subió aturdido las escaleras, con la mirada perdida y aspecto abatido, tanto que ni siquiera vio a la persona acuclillada junto a su puerta.
Siguiendo la memoria muscular giró a la izquierda. Al oír sus pasos, la persona junto a la puerta volteó la cabeza y se levantó corriendo hacia él, emocionada.
—¡Lorenzo! —Isabella lo abrazó por la cintura con voz llorosa.
Lorenzo volvió en sí y, al ver quién lo abrazaba, la apartó sin contemplaciones.
Si solo fuera Marisela quien lo abrazara, qué maravilloso sería.
—¿Qué haces aquí? —preguntó fríamente.
—Vine a buscarte. Lorenzo, ¿dónde estuviste este fin de semana? ¿Por qué no volviste a casa? —Isabella intentó acercarse de nuevo, pero él la rechazó mientras ella lo miraba con ojos llorosos.
Lorenzo frunció el ceño. No esperaba que esta mujer lo hubiera estado esperando durante dos días. ¿Qué hacía la administración del edificio? ¿Cómo la habían dejado entrar?
—No es asunto tuyo