Para cuando los lobos del Sur y los desertores de Dana cruzaron los límites de la manada del Norte enseguida Kian se puso alerta.
—Todos cubran las entradas, distribuyanse por la manada. Atrapen a todos los que intenten entrar pero el que se atreva a tocar a la Omega morirá en mis manos —advirtió con determinación a sus hombres antes de que el ataque comenzara.
El Alfa miraba cautivado cada movimiento de la Omega entendiendo que a lo largo de esos años Dana no era la misma. Su temperamento había cambiado y aquella dulzura que poseía se había convertido en una adultez forzada. Una que probablemente él mismo hubiera provocado.
En todo ese tiempo la culpa lo atormentó de la peor manera y por eso aquella desesperada necesidad de encontrarla todos los días se hacía más fuerte.
Cuando había vuelto a verla en el Oeste después de cuatro años buscándola su corazón dio un vuelco. Kian lo supo con solo volver a verla. Aquella emoción que no había sentido con ninguna otra, ni siquiera con Asling