Sebastian soltó una maldición en voz baja.
—¿Así que nos escuchaste a Giulio y a mí?
—Sí. Ahora puedes soltarme.
—Ni en sueños —replicó, con un tono más duro de lo que planeaba—. Aquella noche te dejé ir, y pasé tres malditos años lejos de ti cuando podríamos haber estado juntos. Así que no voy a soltarte hasta que aclaremos todo.
Sebastian tomó un respiro para tranquilizarse. Lo necesitaba antes de continuar.
—Como te dije antes, nunca estuve con Ginevra. Y no soy de los que mienten, pequeña dulzura. Necesito que confíes en mí cuando te digo que ella no es más que una amiga… o al menos lo era. Voy a averiguar qué diablos la llevó a mentirte.
—¿Por qué más podría ser? —preguntó Gemma, con un filo de sarcasmo—. Es obvio que le gustas y estaba celosa.
—Si ese es el caso, yo jamás le di razones para creerlo. Siempre la traté como una amiga.
—Quizás llevarla a esa fiesta le dio la impresión equivocada.
—Lo hice porque estaba pasando por un mal momento. No recuerdo bien de qué se trataba,