Ariane
¡La caridad bien ordenada empieza por uno mismo! ¿Piensan que han encontrado dónde está esa frase? Sí, me quiero a mí misma y lo reconozco.
Con todas esas miradas de hombres sobre mí, Auracio viene a tomarme por la cintura para llevarme a nuestra mesa, ay, los hombres con su posesividad, todo el mundo nos ve juntos, ya deben entender que somos pareja, no hace falta demostrarlo a los demás, saben que no estoy sola. Nos asentamos, los camareros nos traen los menús. - ¿Qué miras tú? ¿Ya no quieres tener ojos? Es Auracio quien acaba de reprender a un camarero que mira demasiado mi escote. El camarero baja automáticamente la mirada. - Perdón, señor, aquí están sus cartas. Él deja las cartas y se va rápidamente, con la mirada asesina de mi amor en su espalda, creo que si tuviera un fusil, ya estaría muerto. La cena transcurre bien, Marianne y su novio pasan el tiempo susurrándose cosas al oído, se llevan muy bien. En pleno medio de la cena, siento la mano de Auracio sobre mi muslo, pienso que solo quiere darme una pequeña caricia, así que no me preocupa demasiado, pero cuando su caricia empieza a subir hacia el interior de mis muslos, lo fulmino con la mirada, él hace como si no fuera nada grave y sigue con su pequeño juego, es en ese momento que elige para hacer preguntas a sus amigos sobre ciertos asuntos de su negocio, ellos, sin sospechar nada, le responden; su mano continúa ascendiendo hacia mi monte Vénus, lo detengo a medio camino con mi mano que bajé para ayudarme. - Mi amor, ¿puedes pasarme la pimienta que tienes a tu lado? ¿Está enfermo o qué? Si tengo que darle la pimienta con mi primera mano que tiene el vaso, la segunda intenta detenerlo, ¿y con una tercera mano le daré la pimienta? Ve lo que quiere hacer, intentar que abandone mi agarre, pero ha calculado mal su jugada. - Marianne, mi amor, ¿puedes pasársela a Auracio? - Marianne, no te esfuerces, Ariane me dará la pimienta, ¿no es así, mi amor? Que quieres hacerme feliz. Los demás no entienden nada de nuestro pequeño juego, Marianne me mira y se pregunta si puede darle la pimienta. ¡Qué imbécil! No digo nada, suelto su mano y cojo la pimienta para dársela. El idiota aprovecha para escurrirse entre mis piernas, sus dedos acarician mi sexo a través de mi braga, nos miramos a los ojos, él desafiándome a que lo detenga, y yo ordenándole que pare. Sus caricias se intensifican, para que pare, hago una señal al mismo camarero de que venga enseguida. Él acude rápidamente, se coloca justo encima de nosotros y mira la mano de Auracio entre mis muslos, él también lo mira como si nada, mis mejillas están rojas por la excitación y los nervios, pero no detiene su invasión; al contrario, intenta desplazar mi braga para introducir un dedo, aprieto los muslos. - Para, por favor. Me susurra al oído: - ¿Crees que al llamarle voy a parar? Recito de abajo arriba, temblando en todo el cuerpo por su voz profunda, cargada de deseo y de celos. - Incluso puedo follarte aquí, delante de todos estos hombres, para mostrarles que me perteneces, así que este camarero será el primero en entenderlo. Durante toda su perorata, no me he dado cuenta de que continúa su invasión, solo noto cuando siento su dedo en mí; estoy tan perturbada que pierdo la razón. - Yo... yo... quería que me indicaras el baño. - Claro, señora, sígame. Me dice el camarero, girándose para irse. Él también tiene las mejillas rojas de incomodidad. - Ella no se moverá de aquí, y no quiero volver a verte en nuestra mesa, quiero una camarera. Se acerca a mi oído y dice, salvo que quieras que terminemos lo que empezamos en el baño, ¡tengo muchas ganas de ti! Mira cómo mi pantalón está deformado por tu culpa. Comienza a mover su dedo hacia adelante y hacia atrás. - Para, por favor, que estoy muy incómoda con esto. - Eso no evita que te hagas moja abundantemente con mis dedos. Estoy roja de vergüenza. - Ves cómo te gustan mis atenciones, ¡déjate llevar! - ¿Qué susurran entre ustedes desde hace minutos? pregunta Philippe. - Ocúpate de tus asuntos, dice Auracio, continuando con su pequeño juego, mi placer empieza a subir, emito un gemido, rápidamente ahogado por su boca, él me besa salvajemente. - Tengo ganas de ti, sígueme al baño, damas, allá te estaré esperando. - No vendré, Impido que se levante, si algo odio, eso es: que me agarren en un baño, lleno de microbios y gérmenes de todo tipo. Lo beso, también salvajemente, y pongo mi mano sobre su sexo. - Váyanse a un hotel, están en público ahora. Los ignoramos, nos acercamos más el uno al otro, sigo acariciando su polla, termino por despojarlo de su pantalón, afortunadamente en donde estamos hace un poco de oscuridad, su sexo surge de donde estaba comprimido, con su líquido; lubricio mi mano sin dejar de besarle y hago movimientos rápidos hacia adelante y atrás, presionando en la punta, mi boca engulle sus gemidos que se intensifican, él se tensa y termina por tener un orgasmo abundante; afortunadamente, tenía la servilleta de la mesa conmigo, la limpié con ella y luego le devolví su sexo a su lugar. Lo miro, tiene los ojos cerrados recuperándose de la satisfacción.