GIANNA
Ahora tenía un compañero de viaje… supongo que eso era bueno; después de todo, Tom era genial con los puños y de seguro debía tener un arma. Si algo salía mal, contar con él era lo mejor.
Vik era un tonto no tan tonto, y ahora me sentía mal de haberlo increpado por dejar que Thomas se fuera, cuando lo único que hacía, que hacían ambos, era velar por mi bienestar, aunque a mis espaldas. Supongo que con un propósito.
Conseguimos un vuelo barato a Seattle, y llegamos entrada la tarde. Alquilé un auto ya que era ciudadana y me resultaba más sencillo, y Tom manejó hasta el edificio en el que solía vivir antes, una imponente estructura con arquitectura renacentista italiana, azulejos y piedra que se veía hermoso. En la planta baja había un restaurante que estaba laborando a esta hora, y otros negocios, como una joyería y una galería de artes.
—¿Es esta? —pregunté a Tom, señalando el espacio que tenía las luces apagadas y el cartel de cerrado.
—Sí… quizás no abrió hoy. Es temprano tod