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Capítulo 2: No me queda nada.

Me di la vuelta, dirigiéndome a mi vehículo.

La mano de mi futuro exesposo, tomó mi muñeca, obligándome a girar sobre mis talones.

—¿Tú eres quién me pide el divorcio a mí? —Miré los ojos azules de Frederick, los cuales resaltaban rabia—. Yo soy quien debería pedirte el divorcio a ti. Soy el CEO de una importante compañía de finanzas, no puedo estar casado con la hija de un criminal.

Las palabras me golpearon con fuerza.

—Bien, divorciarte de mí. No me importa quién lo haga, mientras te mantengas alejado de mí —espeté.

Sentí como aumentó el agarre en mi muñeca. De pronto, dejó el anillo que me acababa de quitar en mi mano.

—Quédatelo, lo necesitarás. Después de todo, es una de las pocas pertenencias que tienes que no serán confiscadas, porque fui yo quien te lo compró —Sus palabras eran la representación del odio, Sin embargo, en sus ojos, algo vaciló. No sé si me lo estaba imaginando, pero creo haber visto deseo en ellos.

Y tan rápido como me agarró, me soltó.

—¡No lo necesito! —grité, y debí haber arrojado el anillo. En su lugar, lo mantuve cerrado en un puño.

—Lo necesitarás, créeme —dijo, con la mandíbula apretada—. Ese orgullo afilado que tienes, se destruirá cuando tengas que enfrentarte al mundo real. No fuiste hecha para esa clase de vida, Charlotte.

—Yo soy más fuerte de lo que crees. Puedo soportar los golpes que la vida —El labio inferior me temblaba al enfrentarme al hombre que amaba—. ¡Mírame! Mi padre fue declarado culpable y pasará muchos años en prisión, las propiedades de mi familia están siendo confiscadas, la gente me odia por ser la hija de Klifor Darclen y me estoy divorciando porque descubrí que el hombre al que le entregué mi corazón en realidad me odia por nacer en la familia equivocada —Sonreí con los ojos tristes. Ni siquiera sabía a qué le estaba sonriendo, creo que me estaba volviendo loca—. Y sigo de pie. Soy más persistente de lo que crees. Te lo demostraré.

El pecho me dolía y aún así, mantuve la frente en alto.

Me di la vuelta, abriendo la puerta del coche. Antes de que pudiera subir, un hombre uniformado colocó un aviso en el parabrisas.

—Lo siento, señora, pero su auto está confiscado —Me arrebató las llaves del coche y en su lugar puso la orden del juez.

Quedé con la boca abierta, viendo el testado papel sellado.

El uniformado me apartó y se introdujo en el vehículo, pisando el acelerador hasta desaparecer.

Parpadeé, impactada.

«Me acababan de quitar mi salida triunfal»

El hombre de mandíbula fuerte y ojos penetrantes me miró, con la burla bailando en su rostro.

—No importa. Pediré un taxi —Me sequé las lágrimas.

—¡Señora Charlotte! ¡Señora Charlotte! No se puede ir —gritó Fátima, parándose frente a mí—. ¿Qué pasará con nosotros? ¿Qué será de nuestro trabajo?

Mis ojos fueron a los empleados que estaban detrás de ella; desde los guardias, cocineros, sirvientes, jardineros. Todos me miraban esperanzados. Yo jamás me tuve que preocupar por pagarles a los empleados, mi padre lo hacía. Y ahora la responsabilidad de solventar a estos seres humanos estaba sobre mis hombros.

Incluso, con el arresto de mi padre, sigue creando más víctimas de la situación.

Ni siquiera tenía para pagarles una liquidación digna a estas personas que se han dedicado durante años a servirnos.

—Yo… no… —tartamudeé.

Ellos me podían demandar por no cumplir con las leyes del trabajador y tendrían todas las de ganar. Terminaría presa como mi padre.

—Yo me haré cargo de sus liquidaciones, no me apetece dejar a ningún inocente sin trabajo—habló Frederick en voz alta. Se dirigía a ellos, pero me veía a mí—. Y a quienes estén buscando empleos, pueden pasar por mi mansión, siempre estamos contratando.

Fátima miró entre Frederick y mi persona.

—Señora…

—No tienes que preocuparte por mí, Fátima. Y tampoco tienes que negarte a la generosa oferta del señor Lancaster —Igualé el nivel de voz de mi futuro ex esposo—. Y esto va para todos los presentes. Son libres de aceptar la oferta sin remordimientos. Aprecio su lealtad, pero todos tienen familias que mantener. Piensen en ellos y piensen en ustedes mismos.

Tomé la mano de Fátima y la apreté ligeramente, agradeciéndole en silencio.

La solté y miré a Frederick con determinación, manteniendo el mentón en alto.

—Si esperabas que discutiera o insultara a estas personas por tomar otro trabajo en estos momentos de dificultad, estás muy equivocado. Yo no soy mi padre —añadí—. Es hora de que lo entiendas.

Me despedí de los presentes, asintiendo con la cabeza.

Me dirigí a la calle, respirando profundo.

«Todo está bien, lograré sobrellevar esto».

Levanté la mano y al pasar los segundos, un taxi se detuvo.

—¿A dónde, señorita? —Me preguntó el taxista.

Y me quedé en blanco, porque no sabía a dónde ir. Mi padre estaba preso, las propiedades estaban siendo confiscadas, ni siquiera estaba segura de poder pagar un hotel ya que muchas cuentas fueron congeladas, mi círculo social… bueno, esos hipócritas llevan ignorando mis llamadas desde que se hizo pública las acusaciones y mi esposo me odia.

No me queda nada.

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