Gemí, revolviéndome debajo de las sabanas.
Mis ojos se abrieron, pero el malestar continuaba. Mis manos fueron a mi pecho, donde tenía un camisón, no una blusa desabotonada.
Estaba en la cama, con las luces apagadas, de noche. Estaba a salvo.
No estaba en la calle, Travis y su compañero no se encontraban por ningún lado. Fue solo una pesadilla. La misma testada pesadilla que viene ocasionalmente a mi mente.
Ese recuerdo me causaba náuseas y deseaba olvidarlo, pero mi mente me castigaba, obligándome a pensar en ese suceso mientras dormía.
Por culpa de ellos, tomé la decisión de esconderme, de cambiar de color de cabello y de cambiar de bar. Dejé un bar de lujo, por uno de mala muerte. Era más fácil pasar inadvertida cuando trabajas en un lugar con una iluminación deficiente. O eso creí, hasta que Frederick y compañía me reconocieron.
La luz de la mesita de noche se encendió y sentí la cama moverse.
—¿Dónde te duele? —dijo mi exesposo con voz adormilada. Su mano fue directo a mi