La amante de mi jefe
La amante de mi jefe
Por: Nicoll Mercado
Eduardo Walton Ferrero

Vivo en un lujoso apartamento que él compró exclusivamente para mí. Aunque tengo joyas, lujos, carros y una casa, como mujer de clase baja, me siento incómoda con todo lo que tengo a mi disposición.

Soy empleada en una destacada empresa de Londres, mi salario es bueno, pero no es suficiente para cubrir todos los gastos, especialmente cuando debo ayudar a mi abuela con medicamentos costosos. Mi vida dio un giro inesperado hace un mes cuando él entró en mi vida. ¿Cómo debería sentirme siendo "la otra"?

A pesar de sufrir, no es fácil para mí. Lo que me duele es tenerlo en mi cama y en mi corazón, mientras me pregunto si él me tiene en el suyo, aunque sea en una esquina fría y dura. No entiendo por qué prefiere estar conmigo en la cama si tiene a una mujer hermosa a su lado con la que planea casarse. ¿Qué soy exactamente para él? No puedo entenderlo, y su forma fría de tratarme me confunde. Parece utilizar mi cuerpo según su necesidad. Aunque lo amo, no puedo comprender sus pensamientos; su mirada es fría, su rostro inexpresivo. A pesar de todo, siempre lo he amado y, por amor, me veo atrapada en este papel, conformándome con tenerlo cerca, pero sabiendo que siempre seré la amante.

~Aquí empieza mi historia~

*Un mes antes*

Era un día común en la compañía cuando llegué, los pasillos resonaban con rumores sobre un cambio importante. Llevo dos años como secretaria del Sr. Bladimir Tyler, un jefe exigente que valora la puntualidad y la responsabilidad. Aunque ha sido un desafío, me considero afortunada.

Sin embargo, ese día trajo sorpresas: se hablaba de un nuevo dueño para la empresa Tyler, alguien con más poder. El Sr. Tyler, ya anciano, necesitaba un descanso, y su puesto estaba en juego. Nadie esperaba esta noticia, y personalmente, me tomó por sorpresa. Surgió el temor de perder mi trabajo ante posibles cambios de personal.

En ese momento, atravesaba una crisis personal: mi abuela acababa de ser hospitalizada por problemas de cáncer, y los costosos analgésicos añadían presión financiera. Cada día me esforzaba por ganar dinero, y perder mi empleo sería una gran decepción en medio de estas dificultades.

El anuncio oficializó el traspaso de la empresa a manos de Eduardo Walton Ferrero. Al pronunciar su nombre, mi corazón casi salió de mi pecho. ¿Era esto real? Era el señor Walton, uno de los empresarios más reconocidos en la ciudad. Que esa compañía pasara a ser suya era como quitarle un pelo a un gato; su familia era extremadamente adinerada, y eran tema frecuente en revistas y periódicos. Pero lo más significativo para mí era que él era mi amor platónico. Incluso recorté su fotografía de los periódicos. Verlo en persona era mi sueño, y de repente, se había vuelto realidad.

Todos hablaban de él, y mis compañeras también estaban emocionadas. Eduardo era deseado por muchas personas, tanto mujeres como hombres. Su atractivo y elegancia eran innegables, y nunca pensé que estaría a su altura. Soñaba con cosas con él, y me preguntaba qué tipo de mujer le atraería.

De repente, todo se sumió en silencio tras tanto murmullo. El señor Walton llegó para asumir su puesto como presidente, y todos hicieron una reverencia, excepto yo. Estaba en shock al verlo por primera vez en persona; mis piernas temblaban, mi corazón latía inquieto, y me sentía torpe frente a todos. Observaba cada detalle: su cuerpo, su rostro, un traje elegante, zapatos finos y un costoso reloj Rolex. Todo en él era perfecto.

En ese momento, una compañera me pellizcó el brazo, y fue entonces cuando reaccioné y realicé la reverencia. Me sentí realmente tonta.

Cuando empezó a hablar con su voz grave, me estremecí. Incluso su manera de expresarse era perfecta. Se presentó y se encaminó hacia la oficina presidencial, pero antes, me miró. En ese instante, no sabía qué hacer. Pensé que podía ser porque no hice la reverencia al principio, una falta de respeto hacia él. Tragué saliva y me quedé inmóvil. Su mirada era intensa y penetrante, su rostro frío e inexpresivo, lo cual me atemorizó un poco, no lo puedo negar.

—Tú, pasa a mi oficina—me dijo con evidente frialdad. Todos me miraron como si quisieran decir "te compadezco". La verdad es que ya todos podían percibir su aura helada, y también temían por sus empleos. Sería muy mala suerte quedar sin trabajo antes que todos.

Él me dio la espalda y entró a la oficina. Tragué saliva y lo seguí, rogando a Dios por conservar mi empleo. No me importaba si me llamaba la atención por lo anterior; lo que no quería era perder mi puesto.

Al entrar a la oficina, me quedé de pie frente a su escritorio. Él ya estaba en su puesto, acomodó unos papeles sobre la mesa y luego me miró, pero lo hizo de pies a cabeza. Me sentí nerviosa; no podía creer que estaba frente a él. De cerca, era mucho más guapo.

Todo quedó en silencio, sin saber si debía romperlo o quedarme ahí como una tonta. A pesar de la incertidumbre, no mostré nerviosismo; mantuve la compostura. Él me miraba directo a los ojos, y yo le devolvía la mirada, decidida a no dejarme intimidar. Aunque por dentro estaba emocionada, no permití que se notara; no sería correcto.

—Entonces, eras la secretaria del viejo Tyler, ¿verdad?—rompió el incómodo silencio. Fue un alivio que empezara a hablar; ya no podía soportar más la incomodidad.

—Sí, señor— respondí de inmediato, sin titubear.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó mientras hojeaba unos papeles.

—Me llamo Sandra Stanley, señor.

—¿Edad?.

—25—respondí rápidamente.

Fueron preguntas y respuestas directas; no creo que la edad fuera necesaria, aunque comencé a trabajar desde muy joven.

—Mmmm, eres joven— comentó rascándose una ceja. ¿Ese comentario era bueno o malo?

—¿Tienes mucha experiencia?.

—Bueno, llevo dos años trabajando para la compañía. Estudié administración de empresas durante 5 años y también cursé una tecnicatura en asistencia a la dirección en ese mismo periodo— respondí con seguridad.

La verdad es que terminé mis estudios a los 18 años. Después, estudié en la universidad la administración de empresas, que duró 5 años. Fue duro porque también cursé la tecnicatura en asistencia a la dirección durante ese tiempo. Ni siquiera dormía; me esforcé mucho. Luego de eso, a los 23 años, envié hojas de vida a empresas para encontrar empleo. Por suerte, logré entrar a la compañía Tyler y estuve allí durante dos años. Ahora, no sé cuál será mi destino, ya que hay un nuevo jefe.

—Interesante, tienes un buen currículum. Es exactamente lo que necesito. Desde ahora, serás mi nueva asistente. No serás secretaria; te encargarás de mis reuniones, llamadas, viajes, cosas personales, etc. Pero eso sí, te advierto de una vez que soy exigente. Me gusta la puntualidad, que hagan un buen trabajo y que me sienta satisfecho. Tienes que estar disponible cuando te necesite. ¿Puedes con eso?— Al escuchar eso, mi corazón dio un salto. Claro que puedo con eso. Además, estaré muy cerca de él. No puedo pedir más en esta vida. Me sentí aliviada de no perder el trabajo.

—Sí, señor, claro que puedo— respondí sin mostrar emoción, actuando con normalidad.

—Ah, otra cosa, ¿qué es eso que traes puesto? No me gusta tu vestimenta.

¿Qué estaba escuchando? ¿No le gusta mi ropa? Ese comentario no me lo esperaba. Siempre llevo a la empresa un pantalón negro y una blusa blanca sencilla. En todo el tiempo que he trabajado aquí, nunca había recibido un comentario sobre mi ropa. Es lo último a lo que le doy importancia. Además, mis compañeras también visten así. No es la gran cosa, tampoco nos vemos mal ni desarregladas. Esto es demasiado.

—Pero no le veo nada de malo a mi vestimenta. Es lo que siempre uso. Además, creo que necesita de mi rendimiento y experiencia, no de mi forma de vestir. No me parece un buen comentario de su parte. Creo que cada uno es libre de vestir como quiera.

¿Cómo rayos pude decir eso? ¿En qué estaba pensando? Él es el nuevo jefe, es su empresa, son sus reglas. Además, me dio el puesto de su asistente personal. ¿Cómo pude ser tan insolente de cuestionarlo? De verdad, no sé de dónde saqué el valor para decir eso. Creo que fue porque no me gustó su comentario. Sin embargo, creo que no debí decir lo que pensaba en voz alta.

De repente, lo vi levantarse de su asiento. Su rostro estaba sombrío, metió sus manos en los bolsillos y suspiró pesado. En serio lo hice enojar. Sentí mis piernas como gelatina. Eso era malo, muy malo.

—Así que eso es lo que piensas. Eres muy valiente, Sandra. Me gusta que las personas sean sinceras y no traten de ocultar lo que sienten. Es otro de los factores importantes para las personas que trabajan para mí. Tienes otro punto por eso, pero... hablaba en serio sobre tu vestimenta. Serás mi asistente personal, lo cual demanda que asistas a eventos importantes conmigo, galas, reuniones, entre otros. No sería apropiado que te presentes conmigo de esa manera. No discrimino tu forma de vestir, no quiero que pienses eso, solo que analices la situación. No lo hago por mí, sino por ti, que serás mi asistente.

—¿Eh?.

—Estarás relacionada con muchas personas de la sociedad. Hay muchas que son discriminativas, se ve de todo en ese círculo. No quiero que pases un mal rato. Si esa es tu manera de vestir, está bien y se respeta, pero... en este caso, serás mi asistente personal. Debes vestir más formal, y verás que no tendrás ojos encima de ti que te señalen. ¿Entiendes a lo que me refiero, Sandra?.

El señor Walton tenía razón y es muy considerado también; creo que será un buen jefe. Se preocupa por mí en esa parte, me gusta que respete mi forma de vestir, pero tengo razones para cambiar a algo más elegante, no tanto, solo para la ocasión. La gente de sociedad puede ser muy difícil de tratar, además se fijan en los detalles de aquellos que los rodean. No todos son así, solo las personas que se creen estar por encima del nivel de otras.

—Entiendo perfectamente, señor Walton. No se preocupe. Mañana vendré con algo diferente que se acople a lo que pide. Si no necesita nada más, me retiro. Con permiso.

Hice una reverencia y le di la espalda, pero antes de que pudiera abrir la puerta, me detuvo su voz.

—Espera.

—¿Si? — Me di la vuelta para verlo. Estaba a unos pasos de mí, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Su rostro no tenía expresión aún. De verdad que es una persona fría.

—Esta noche puede que trabajemos hasta tarde. Hay muchos compromisos que atender, reuniones que tienes que agendar, papeleos para resolver. El viejo Tyler tenía mucha carga encima. Quería que supieras eso de antemano— informó.

De todos modos, ya estaba acostumbrada a quedarme con el señor Tyler hasta muy tarde, ayudándolo con papeleos. Terminaba muy cansado el pobre. Es bueno que ahora se dedique a descansar. No sería diferente con el señor Walton. De todas formas, es mi trabajo como asistente.

—Entiendo, señor. Ya estoy acostumbrada, no se preocupe. ¿Necesita algo más?.

—No, puedes retirarte.

Volvió a su asiento y empezó a revisar unos papeles. Salí de la oficina y respiré profundamente. Me estaba quedando sin aliento cerca de él. Tengo que soportar eso. De todos modos, me siento muy feliz de que la persona de la cual estoy enamorada sea mi jefe.

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