24. INVITACIÓN
Sebastián estaba furioso. Le había encargado ese trabajo a un idiota y, como era de esperarse, lo arruinó. Le había advertido que no intentara matar a Avril, no todavía. No solo porque el momento no era el adecuado, sino porque aún necesitaba obtener el dinero que su difunto padre había dejado bajo resguardo. Ahora ese hombre había desaparecido sin dejar rastro, y Sebastián solo esperaba que su torpeza no lo metiera en problemas.
Lo peor era que ni siquiera había terminado el trabajo. No quería que le hiciera daño a esa mujer… o tal vez sí. El pensamiento lo perseguía mientras caminaba de un lado a otro en su despacho, con el ceño fruncido y la mente llena de frustración.
—Ya ganamos, ¿no? —murmuró con amargura—. Ella se lo buscó. Todo lo que pasó y lo que pasará, se lo merece. Además el pequeño Andrés hizo todo lo que le dije. O sufriría las consecuencias.
Bajó al salón, los empleados se movían de un lado a otro preparando la comida para la cena familiar. Monica se acercó a él con un