Episodio 3: Miedos

AVA

Tonta. 

Eso es lo que no he dejado de repetirme desde que esta mañana salí del hotel, no debí, maldición, ¿cómo se me ha ocurrido entregarme a un hombre que es un cretino y que además resulta mi jefe? Me dejé llevar por el cúmulo de emociones que me estaban nublando el buen juicio, y el resultado ahora es esto. 

Kellen Farrel, no se quedará con las manos cruzadas hasta descubrir con quién se ha acostado, eso es seguro. Y ahora temo que sepa tarde que temprano que soy yo, no puedo perder este empleo, no quiero, el sonido de la cuchara contra el suelo rompe el ensueño en el que me encuentro. 

—¿Te encuentras bien? 

Me pregunta Raúl, uno de mis compañeros, él trabaja en área de administración. 

—Sí, gracias. 

—Pareces nerviosa —se dirige hacia la puerta—. Cuídate, ¿quieres? 

Asiento y me guiña un ojo, creo que me estoy volviendo loca, no hay manera de que se entere, o al menos eso es lo que trato de pensar mientras camino con el café de mi jefe, el gerente del club no dirá nada, es un conocido y aunque no nos llevamos bien, es leal, llamo a la puerta y enseguida observo que él estudia con recelo mi collar, ¿cómo pude haber sido tan tonta? Se me olvidó. 

Ese collar es un regalo de mi madre, antes de que muriera, me lo dio mi padre argumentando que no quería tener nada que le recordara a mi madre, decisión que siempre le quise atribuir a su estado depresivo por su muerte. Un error. 

—Con su permiso, señor Farrel —dejo la taza de café sobre el escritorio y le dejo también un sobre con los documentos que me pidió—. Se… le ofrece algo más. 

Él solo aparta la mirada un par de segundos, antes de que dejar de lado mi collar e inclinarse hacia adelante. 

—Sí, quiero que me digas en dónde estuvo anoche, señorita Kinsley —inquiere con seguridad arrolladora. 

Tiemblo, el corazón se me acelera y creo que el aire se comprime en mis pulmones. No puedo respirar, de hecho, creo que he olvidado cómo hacerlo. 

—¿Puedo saber por qué? —mi voz tiende de un hilo. 

—Por supuesto, he recibido una llamada hace veinte minutos y me han dicho que usted estaba en el mismo club que yo —sus ojos me miran con manía y desconfianza—. Anoche. 

«No, por favor, que no sepa»

Las piernas me tiemblan, si no hago algo pronto, el corazón se me va a salir del pecho. 

—Hable, señorita Kinsley —sisea mi jefe. 

—Estuve en el club Diore, anoche, con una amiga. 

Se pone de pie al instante en el que esas simples palabras brotan de mi garganta, retrocedo cuando tira de mi brazo y merma el espacio entre los dos. 

—¿Me viste? —tensa la mandíbula—. ¿Viste algo? ¿Estaba hablando con alguien? 

Respiro hondo, no lo sabe. 

—No —niego con la cabeza—. No lo vi, señor Farrel, lo siento mucho. 

No le hago preguntas, no le gustan a menos de que esté de buen humor, y algo me dice que no lo está en estos momentos, sus ojos parecen estar fundidos con las llamas del infierno, me suelta y la ausencia de su tacto me sienta como patada en el estómago. 

Vuelve a su asiento y parece que quiere decir algo, sin embargo, la puerta se abre sin llamar, y aparece dentro de mi campo de visión, un hombre rubio, de ojos verdes, lo conozco, es el abogado de la empresa; Rhys Mori. Y por supuesto, el mejor y me atrevería a decir que único amigo, de mi jefe. Un tipo igual de cruel que él. 

—¿Puedo ayudarlo en algo más? —recobro la fuerza de mi voz, pese a que por dentro me estoy muriendo de miedo. 

—No, ya puedes retirarte. 

Asiento y salgo contrariada, confundida, y sintiéndome la peor persona del mundo, a la hora del almuerzo, me encuentro con Sky, quien trabaja en el área de recepción del primer piso, y aunque ella dice que Kellen Farrel solo es mi jefe, en el fondo sabe que también es el de ella. 

—¿Mierda, te enteraste de la nueva? —me pregunta con un brillo lleno de malicia en los ojos. 

—No. 

Le doy un mordisco a mi emparedado, hace quince minutos que comenzó la hora del almuerzo y estamos en el área de cafetería para los empleados, aún no me quito de encima el miedo, la culpa, pero sobre todo, los nervios de que él me demande o haga algo en mi contra. 

—Se ha corrido el rumor de que Farrel, se ha acostado con una mujer —susurra solo para nosotras dos. 

Las palabras de mi amiga hacen que me atragante con el bocado, que el corazón se me esté saliendo del pecho y que el miedo me invada por completo, haciendo que todo me dé vueltas. 

—¿Quién dijo eso?... 

—Solo es algo que se escuchó por ahí, pero no creo, ese es un hombre más frío que cualquiera, no se le ha visto con nadie, y tampoco creo que sea gay —Sky frunce el ceño. 

No hago ninguna clase de comentario, es lo mejor en estos casos, para cuando regreso a mi lugar de trabajo, me doy cuenta de que mi jefe está solo en la oficina, hablando por teléfono, el licenciado Rhys ya debió haberse ido del edificio hace un par de horas. 

Estoy a nada de comenzar a terminar de hacer mi trabajo, cuando mi móvil vibra insistente, al ver la pantalla me doy cuenta de que se trata de mi hermanastro; Beau Kinsley, hijo del segundo matrimonio de mi padre. 

—Beau… 

—Hermanita, necesito que me prestes algo de dinero para pagar la colegiatura de la universidad, mis padres no me quieren apoyar, dicen que es buena idea que te lo pida a ti —se apresura a decir sin darme tiempo de formular una excusa. 

Él tiene 19 años y estudia arquitectura, o al menos eso es lo que quiere hacer para su futuro, es un chico de mente brillante, pero de mente llena de avaricia. 

—Yo no puedo ahora, Beau… 

—Por favor, eres el único apoyo que tengo —finge ser bueno, ya lo conozco bien—. Hermana, tú no me des la espalda. 

—Beau —suelto un largo suspiro—. Escucha, en estos momentos no puedo hacer un gasto de ese tipo… 

—¡Lo sabía, eres igual de egoísta que nuestros padres, no puedo creer que haya creído que me ayudarías! —exclama al otro lado de la línea. 

Me quedo callada un par de segundos. 

—Escucha, te quiero… 

Mis palabras se quedan suspendidas cuando al darme la media vuelta, me encuentro con Kellen, mi jefe, quien me asesina con la mirada, como si hubiera cometido el peor error de todo el universo. 

—Escucha, tengo que colgar… 

Arguyo, pero mi hermanastro me ha colgado desde antes, y ahora mi jefe merma el espacio entre los dos. 

—Este es un lugar de trabajo, señorita Kinsley, no para hacer llamadas románticas. 

Abro la boca para replicar, sin embargo, él ya está caminando hacia su despacho. 

—A mi oficina, ahora, señorita Kinsley. 

Solo espero que no me despida. 

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