Capítulo 3

Manada Luna.

Oslo-Noruega.

Horas después...

Estaba felizmente dormida en una muy deliciosa cama. Voy a admitir que aunque la pereza no me permite abrir los ojos, creo que estoy en el cielo. No puede existir algo tan, pero tan cómodo en esta vida. Probablemente, sí, pero realmente indagar no quiero. Supongo que dormir un poco más no debe ser tan problemático porque sé que mi nana, vendrá en cualquier momento a despertarme de mi plácido sueño 

Me muevo en la cama sacando un pie fuera de mi cobertor y el frío del aire acondicionado traspasa mi piel haciéndome sentir más a gusto en la cama.

Esperen un momento...

Estaba arropada completamente porque tengo esa costumbre y realmente el frío era muy fuerte, me quito la cobija como una loca y me siento en la cama, frotando mis ojos y pausadamente los voy abriendo con miedo a encontrar algo que diferente.

—¿Qué es este lugar? —murmuro para mí.

Miro alrededor de la habitación y claramente, no es la mía. Todo parece muy salvaje. Las paredes son de madera con toques rústicos, la mesa de noche, los muebles y el closet son de color marrón y toques verdes. El suelo es de piedras y las ventanas están cubiertas por unas cortinas corredizas.

Al parecer a alguien aquí le gusta mucho ese color.

Me levanto de la cama y miro mi ropa que está asquerosamente sucia. Mis pies están llenos de raspones y tiene manchas de sangre, camino hacia un espejo que debe tener como mil años aquí y observo mi estado deplorable.

Soy un chiste.

—Isabella, eres la personificación de la belleza —le digo a la imagen que se refleja en el espejo.

Reviso los cajones y tomo una toallita húmeda que conseguí, quito un poco la suciedad de mi rostro y me recojo el cabello con una coleta.

—Me veo mejor —miro nuevamente mi reflejo y sonrío.

Mi padre siempre dijo que me parecía a mamá y mucha gente estuvo de acuerdo en eso. Soy una chica de un metro sesenta y dos centímetros, mi cabellera es larga y ondulada. Quería ser pelirroja muchas veces, pero lamentablemente los colores llamativos no estaban bien vistos en mi familia. Así que soy una chica de cabello rubio, ojos azules claros que ama comer mucho.

Tengo un desorden alimenticio y aunque hay meses que como mucho, hay días que ni me provoca probar nada. Así que tomo vitaminas para evitar la desnutrición, pero no engordo... y hago otras cosas más.

—¿Desorden alimenticio? Y pareces una chica normal —la voz de una mujer me hace sobresaltar.

—¿Quién eres? —me giro mirando a todos lados—. No es la primera vez que me hablas. ¿Quién eres y por qué me estás hablando?

No dice nada.

Con el corazón acelerado y los nervios a nada de tener una crisis existencial, me dirijo a la puerta para ver en dónde estaba.

Que yo recuerde el palacio no era así y mucho menos la casa de mi nana.

***

Primero, no estoy en el palacio o en la biblioteca. Segundo, me perdí aquí y tercero, creo que fui secuestrada por un viejo.

Seguiré informando dependiendo de lo que consiga en las próximas horas.

Me giro por un pasillo después de media hora buscando una salida veo unas escaleras bastante amplias y decido ir por ese único lugar que parece tener mi libertad.

¿Será que fui secuestrada por un viejo millonario? Perfecto, no pedirá rescate y no tendré que casarme.

¡Estupendo!

Empiezo a bajar las escaleras mientras miro las fotos colgadas en las paredes. Parecen personas importantes por su vestimenta. Además, en ninguna foto sonríen y en las pocas en que lo hacían, se veía medio forzado.

—Si tan solo supieras quienes son —nuevamente habla la voz de la mujer, esta vez hice como que no la escuché, sí, ella me da miedo, pero no sé qué más hacer.

Termino de bajar las escaleras y hay dos arcos enormes.

—¿Ese lado? —miro hacia un arco que está a oscuras—. ¿Ese otro lado? —miro hacia un segundo arco dónde había luz—. Soy re idiota, pero no voy a irme a la boca del lobo cuando hay oscuridad.

Camino hacia el arco de luz y para mi sorpresa, es una enorme y hermosa cocina. Todo es negro con blanco y hay un mesón redondo en medio de toda la cocina.

Mi estómago gruñó por atención y recordé que desde hace mucho tiempo no probaba nada de comida y eso podría hacer que mi metabolismo generará carbohidratos demás, y no quiero eso. Voy hacia la nevera, la abro y busco algo que sea comestible.

¿Sin comida?

¿De qué sirve tener dinero cuando no hay comida? Por lo menos debo comer algo si después lo voy a vomitar...

Otra vez.

¿Será un sugar daddy?

Reviso todos los cajones de comida y no logro conseguir nada. Tal vez se le olvidó que la gente come.

Debe ser eso o vamos a intentar creerlo.

Vuelvo a revisar la nevera, pero está vez voy al congelador y a los cajones de vegetales.

¡Al fin!

Consigo unos tomates, lechuga y una pasta congelada. Voy al microondas a descongelar la pasta y empiezo a prepararme una ensalada.

Qué bueno que mis padres me dejaron tomar las clases de cocina. Tuve varias restricciones porque no querían que tuviera contacto con las personas y descubrieran que era adoptada, pero del resto tuve un poco de libertad gracias a mi rebeldía. La única condición que tenía era obedecer sin poner resistencia cuando ellos me pudieran algo. Mientras estuve en el colegio aprendí a tocar piano, natación, a cocinar, primeros auxilios, idiomas, artes marciales y quería aprender a detectar mentiras, pero eso no lo pude hacer.

La multifuncional me decían.

—¿Alguna vez hiciste algo por ti? —la voz de un hombre, se escucha, veo hacia los lados dejando en el fregadero el tomate, pero no hay nadie más que yo aquí.

Suspiro y empiezo a cortar los tomates. Y sí, logré hacer algo que me gustara y me hiciera sentir bien.

Ayudar a la gente.

Tengo fundaciones para niños con cáncer, mujeres y hombres que sufren de maltrato físico y psicológicos. Hice algunos colegios y he creado becas de estudios para niños, adolescentes y adultos que deseen seguir estudiando y tener una mejor vida.

Todos merecen tener un futuro próspero.

—Ya lo entiendo. No tienes algo que te apasione a ti. Solo vives para complacer a otros —responde, la voz del hombre, dejo los tomates y me volteo nuevamente para ver si hay alguien espiando.

¿Está respondiendo mis pensamientos ese sujeto?

Cierro los ojos con fuerza y trato de pensar en dónde estoy. Mi estómago vuelve a pedir comida y olvido lo que estoy viviendo ahora mismo.

—Solo vamos a comer y después voy a pensar en salir de aquí —trato de convencer a mi mente alterada.

Coloco los tomates en un plato y empiezo a lavar la lechuga. Voy al microondas para poner a descongelar la pasta, y mi sorpresa es que ya está caliente y servida en un tazón.

¿Ok? Tal vez fui yo y no me percaté que lo hice.

Termino con la lechuga, la uno con los tomates picados les pongo sal, un toque de azúcar y pongo todo en el mesón, enciendo la televisión después de que conseguí el control remoto y empiezo a comer.

No sé en dónde estoy, pero tengo miedo.

***

Después de comer y lavar las cosas que anteriormente había ensuciado, me quedo en la cocina sentada en una de las sillas viendo la televisión. Honestamente quedé tan llena que no tengo ganas de moverme.

No entiendo cómo pude ser absorbida por un libro y tampoco entiendo muy bien cómo fue que terminé en el manicomio.

«¿Dónde estás, Isabella? Intenta recordar un poco qué fue lo último que te dijeron», pensaba para mis adentros.

—¿No es muy difícil saber qué me dijeron? —froto mi frente, hasta que por fin vagamente viene algo a mi mente.

Me llamo Ana y soy la hermanastra del Alfa de la manada Luna.

Eso no es cierto porque esas cosas no existen.

Me levanto de la silla asustada haciéndola caer, doy algunos pasos para salir y tropezando con el mesón, niego con la cabeza muchas veces para irme rápido de la cocina. Al salir de ahí caminé un poco más y vi una puerta bastante grande a medio abrir, y antes de poder cruzarla, la voz volvió a mi cabeza.

—¡Ulf vive aquí! Por favor, ten piedad de mí y no me alejes de él nuevamente —miro angustiada a mi alrededor sin poder entender nada.

—¡Ya basta, por Dios! —grito, colocando mis manos en mis odios, mientras mis ojos siguen buscando algo—. ¡¿Qué alguien me explique qué está pasando aquí?!

Mi corazón continúa latiendo con rapidez y lo que hace minutos había comido, mi estómago quería vomitarlo.

—Marili, tranquilízate. No hay nada que temer mientras estés conmigo —una voz masculina, me asusta.

—¡Que me llamo Isabella! —grito exasperada—. Por favor, ya basta. Salgan de mi cabeza esto es demasiado... basta de este juego tenebroso.

La puerta de la casa es abierta haciendo un ruido, volteo la cara y me quito las manos de los oídos. La hada del bosque y otras personas más, entraron a la casa.

—¿Me secuestraron? —los señalo con miedo, la risa de uno de los hombres me pone la piel de gallina—. Mi prometido es...

—Tu prometido es nadie —responde un hombre, intento tener una mejor vista de quienes eran, pero no puedo—. ¡Ana, estás asustando a la chica y Austin te dijo que la dejaras en paz!

—Pero Egil, ella se está divirtiendo, solo que no lo muestra —responde la chica haciendo pucheros.

—Déjenme ir, prometo no decir nada para que estén libres —ruego a las personas que estaban aquí.

—Ella no sabe quiénes somos, Egil —vuelve a hablar la chica—. Es nuestra Marili y ella no tiene idea de nada.

Silencio.

Nadie vuelve a hablar y quitan las luces. La única respiración que escuchaba era la mía. Paso mis manos con desespero juego con mis manos y trato de mantener el control.

—Ella es de Austin —la voz de otro chico me asusta—. Deja de mirarla como lo haces. Sabes no será bondadoso contigo si descubre lo que intentas hacer.

—Es hermosa —responde otro hombre.

¿Otra persona más? No puede ser posible...

—No quiero ser molesta, ¿pueden encender las luces? Esto es demasiado horrible —interrumpo la conversación—. Me llamo Isabella así que dejen de llamarme Marili, por favor.

Silencio.

Sin respuesta...

—¡¿Ahora nadie va a hablar?! —les grito—. Si van a asesinarme ya háganlo. ¡Estoy lo suficientemente aterrada para morir de un ataque cardíaco!

Se escuchan unos pasos que se empiezan a acercar, mi corazón empieza a palpitar con más rapidez haciéndome temblar las manos. Los murmullos regresan y las luces vuelven a la casa. Todo el lugar estaba iluminado y frente a mí, tres hombres y la fulana hada.

Hacen un pequeño asentimiento de cabeza, estoy tan acostumbrada a este tipo de cosas en mi país, que aún siendo poco notable, lo noté. La mirada de todos cae en mí, cuando el recién llegado se detiene a verme.

—Bienvenida seas, forastera —su voz hizo eco en la casa, me inspeccionó de arriba hacia abajo haciéndome sentir incómoda—. Espero que disfrutes la estadía aquí.

Frunzo el ceño mientras lo miro mal.

Es bastante musculoso, tez bronceada, cabello liso, medio largo de color negro, cejas despeinadas y abundantes, un tatuaje le sobresalía por su cuello y tenía una mirada para nada bondadosa. Estaba vestido de manera deportiva, pero su aspecto salvaje era muy obvio.

No parece muy viejo. Tal vez unos treinta y cinco años… o más.

Lo miro confundida haciéndolo reír.

—No estoy cómoda y me quiero ir a mi casa —respondo—. Esa chica está jugando con mi paz mental y se escuchan voces de personas cuando no hay nadie cerca —alza una ceja, sus ojos son color verdes—. ¿Esta casa está hecha para asustar a sus huéspedes?

Se vuelve a reír.

—Ellos son mi familia y nadie está asustado —responde con diversión—. Estás en Noruega y este es el lugar más seguro para ti.

—¿Seguro? ¿Si viste que tú familia me está asustando? —lo miro incrédula, ignorando su respuesta.

—Pero estarás más segura aquí que en la calle —responde obvio.

Lo miro fugazmente a sus ojos antes de apartar la vista. Es un hombre rudo por dónde lo vean, obviando la parte de su musculoso cuerpo. Su voz es gruesa y su mirada profunda. Pareciera que quisiera decirte muchas cosas, pero decide callar.

¿Si estoy en Noruega eso quiere decir que este hombre es un vikingo?

—Necesito volver a casa. Mis padres y mi prometido deben estar buscándome por todo el país —confieso, mi corazón vuelve a latir con rapidez ante una voz en mi cabeza.

Eres mía, Marili. Únicamente mía y de nadie más —esa voz gruesa y casi bestial...

Miro hacia los lados, pero todos estaban tan tranquilos que me daba rabia.

—¿No escucharon lo que me acaban de decir? —pregunto, solo los veo sonreír—. ¿Qué está pasando? Me iré de aquí ahora mismo. Ustedes están locos

Una brisa fría pasa por el medio del pasillo haciendo cerrar la puerta con fuerza. Fue tan fría que me hizo dar escalofríos.

—Oscureció, por la mañana hablaremos de tu partida de mi casa —la mirada del hombre bestia es fría—. Ana, que la chacha le consiga ropa y le prepare una habitación a nuestra huésped.

Iba a decir algo, pero fui interrumpida.

—Repites como disco rayado que te llamas Isabella, ¿no? —me mira aburrido—. Es tarde y estoy cansado, hablemos por la mañana. Ve a descansar y disfruta la noche.

—¡Que amable, gracias por dejarme quedar en la casa de locos! —sonríe con malicia ante mi sarcasmo—. ¿Tienes nombre?

—Austin —dijo y se fue.

Necesito descubrir cómo fue que llegué a Noruega en una noche.

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