Isabella

I. La Configuración de la Mentira

La mansión Cifuentes había sido esterilizada para el consumo público. No con lejía o desinfectante, sino con la perfección del silencio. Cada cuadro fue enderezado, cada almohada mullida, cada miembro del personal instruido con un protocolo de sonrisa y mutismo. Mi equipo de relaciones públicas —ahora también mi equipo personal— había trabajado durante cuarenta y ocho horas para preparar el escenario para El Global Strategist, la biblia de la élite económica.

El objetivo no era conceder una entrevista; era diseñar un monolito. Un monumento a la estabilidad que Marie Moreau no podría derribar con su venganza emocional.

Elegí la biblioteca principal. No su oficina, que era demasiado agresiva, ni la suite, que era demasiado íntima. La biblioteca, con sus techos altos y miles de volúmenes antiguos, representaba conocimiento, permanencia y legado. El fondo perfecto para la mentira que íbamos a vender.

Yo estaba en el centro de la sala, vestida con