Desde la llamada de la tarde, había estado con los nervios de punta. En cuanto su cabeza tocó la almohada, el agotamiento la venció.
Cuando se estaba quedando dormida, entre la neblina del sueño, percibió una presencia amenazante, demasiado cerca.
Al abrir los ojos, la intensa luz de la habitación la deslumbró. Gabriel se cernía sobre ella, con los brazos apoyados a cada lado de su cuerpo. Sus ojos oscuros e impasibles ardían en deseo.
Regina tardó en procesarlo, convencida de que estaba soñando. No fue sino hasta que él se inclinó para besarla y sus dedos desataron con agilidad el cinto de su bata de baño que entendió la realidad.
La realidad la golpeó y comenzó a forcejear.
—¿Qué estás haciendo?
Los besos de Gabriel se detuvieron junto a su oído. Su aliento era ardiente y su voz, ronca.
—Lo bueno, por supuesto. ¿No lo acordamos? Yo lo ayudo a anular su contrato y tú duermes conmigo. Las veces que hagan falta.
—Pensé que ya te habías ido.
—Tomé la llave de tu bolso.
Las manos de Regin