La Pelirroja de los perros
La Pelirroja de los perros
Por: Sarah B. Robinson
Capítulo 1

Capítulo 1

— ¡Esa mujer es un peligro! —gritaba aquel hombre enfurecido, mientras se frotaba la cabeza, donde se le comenzaba a formar una protuberancia— ¡Exijo que la pongan tras las rejas! — le ordenó al policía que trataba de mediar en la pelea.

— ¡Tras las rejas deberías estar tú, basura! — le espetó la mujer en cuestión— ¡No mereces ni el aire que respiras! — la chica trató de zafarse de quienes la detenían, para que no continuara agrediendo al hombre y a quien le corría un hilillo de sangre desde la frente— ¡Suéltenme ya verás cómo te doy lo que te mereces!

— Señorita, por favor, guarde la compostura, no es necesario que sea tan violenta.

— Es que aún no le he hecho nada — dijo ella mirando con rabia al hombre— ¡Suélteme para terminar lo que empecé! — volvió a batirse para quitarse las manos de los dos fornidos hombres que la sostenían. — ¿Por qué no te pones con uno de tu tamaño? ¡Lánzame la piedra a mí, que me puedo defender! ¡Y después llaman animales a los perros! Cuando hay algunos que caminan en dos pies y usan ropa … ¡que deberían estar en jaulas! — le espetó gritándole a la cara

— Explíquenme lo ocurrido —pidió el policía parado entre los dos que se peleaban— ¿Por qué agredió usted al señor?

— ¿Señor? — exclamó enfurecida aquella chica con los ojos brillantes— ¡Grande le queda esa palabra a esa basura!

— ¿Qué ocurrió? — dijo el oficial ya perdiendo la paciencia.

— ¡Que esa demonia me rompió la cabeza con una piedra!

— ¿Es cierto eso, señorita?

— ¡Claro que sí! ¡Se lo merecía!

— ¿Por qué dice eso?

— Ese ser despreciable vio a ese animalito cruzando la calle— señaló un perro que otra persona sostenía y que se encontraba muy lastimado— y le lanzó una piedra porque supongo que le pareció gracioso hacerlo, cuando el perrito corrió asustado por el golpe, el muy asqueroso le dio un puntapié y le rompió la patita — en la medida que hablaba la furia iba regresando al rostro de la chica y comenzó a forcejear de nuevo intentando lanzarse sobre él— ¡Déjenme que le rompa la cara!— el cabello rizado y rojo de la joven se batía sobre ella mientras forcejeaba y sus ojos verdes centelleaban como esmeraldas.

— ¿Es verdad eso, señor?

— Es solo un perro callejero, no es para tanto, ¡lo que pasa es que esa mujer está loca!

— ¡Prefiero ser loca que una basura como tú, criminal! ¿Crees que porque sea un animal de la calle tienes derecho a maltratarlo? ¿A que no te gustó cuando te hice lo mismo, ¿verdad?

— ¡Eres una demente! Oficial, me rompió la cabeza con una piedra y luego me pateó la pierna.

— Esto no tiene sentido — dijo el oficial ya molesto por la discusión — Señor, si lo desea, puede levantar cargos contra la señorita por agresión y usted, señorita, no puede andar por la calle golpeando a las personas,

— Ah, pero él sí puede andar golpeando a los animales y nadie le dice nada, ¡porque el animalito no puede levantar cargos! Denúnciame sucio, para que veas lo que te va a pasar.

— Oficial, me está amenazando delante de usted, ¡está loca!

— Ya basta, señorita, comprendo que esté molesta por lo del perrito, pero basta. Por la falta que cometió el señor voy a dejar esto así, pero deje las amenazas o tendré que llevármela a la delegación. Y a usted — se volvió a mirar al hombre — Espero que esto le sirva para aprender que no es correcto hacer lo que hizo, el maltrato animal también es un delito — Ahora váyase de aquí inmediatamente, por favor,

— ¡Si, vete basura! — le gritó la mujer — ¡Corre como el cobarde que eres! — espetó mientras el hombre se alejaba deprisa.

— ¡Cierre la boca! ¿Quiere que la detenga? — le advirtió el policía a la chica.

El hombre siguió su camino, sobando su cabeza y cojeando.

Los hombres que sostenían a la mujer, soltaron sus brazos y ella se frotó rápidamente donde le mallugaron la piel, tratando de inmovilizarla. Luego, se dirigió al hombre que sostenía al cachorro y lo tomó en sus brazos cuidadosamente.

— Pobrecito bebé, ven conmigo pequeño. Vamos a curarte de lo que te hizo esa rata— se volvió a mirar al agente— Gracias oficial, el perrito y yo le agradecemos mucho — la gente que se había aglomerado comenzó a disgregarse y la mujer se fue con el animalito en sus brazos.

Sin pensarlo dos veces, se dirigió a la clínica veterinaria que se encontraba en la calle siguiente para que le atendieran la lesión.

Rato después, volvía por la calle con el perrito cargado, que ahora venía con su patita enyesada. El hombre se la había fracturado y necesitaría muchos cuidados.

La chica le hablaba al cachorro con afecto.

— No te preocupes por nada, chiquito, vamos a cuidarte y serás parte de nuestra familia. Ya verás que te va a gustar vivir con nosotros, aunque tienes un collar. Me parece que ya tienes una familia y estás perdido, alguien podría andar buscándote, vamos a curarte mientras lo averiguamos.

Mientras le hablaba al animalito, llegó al cercado que rodeaba su casa. Aquella enorme casa, que en un tiempo fue lujosa y llamativa, ahora se veía deslucida y vetusta, la pintura blanca en sus buenos momentos, se notaba grisácea y le confería un aire de abandono al lugar.

Alex abrió el portón haciendo malabares con el perrito, su gran bolso y el manojo inmenso de llaves. Logró por fin entrar y al hacerlo se vio rodeada de una multitud de perros que vinieron a recibirla.

Se sentía tan bien con su manada, todos eran como sus hijitos, los amaba más que a nada en el mundo. Comenzó a contarles lo ocurrido y por la forma como lo hacía, cualquiera podría pensar que los perros le entendían, le prestaban atención y, sobre todo, al nuevo chico en el barrio, aquel perrito con la pata enyesada, que venía a sumarse a la familia. La chica se sentó en el porche, rodeada de la jauría. Hacía rato que los dejaría de contar. Todos sus chicos venían de la calle, los había adoptado y cuidado, como lo haría con este nuevo miembro. Ellos eran sus pequeñines, con los que se sentía amada y recibía tanto afecto de todos que por el momento no deseaba nada más.

— Hoy vino con nosotros este bebé, tiene un nombre, lo dice en su collar, les presento a Igor. Vengan conmigo, para darles su comida. Deben estar hambrientos, pero es porque hoy mamá tuvo que llevar a Igor con el doctor. Vamos, entre todos cuidaremos a su hermanito, ¡a comer!

Alex entró a casa y la manada fue tras ella. Pasó derecho a la cocina y colocó a Igor en una de las numerosas camitas para perros que había por todo el lugar. Arrastró a duras penas, un enorme saco de croquetas para perros y comenzó a servirlas en los platos. Miró la cantidad de platos y se prometió que en algún momento se decidiría y contaría a sus perros. La última vez que lo intentó, desistió cuando pasó de treinta. Sí, su familia era enorme y seguía creciendo.

Durante un buen rato, se dedicó a colocar los platos en diferentes lugares por toda la cocina y el pasillo, pero ninguno de los perros, aunque ya se encontraban ubicados cada uno al lado de su plato, tocaba el alimento hasta que Alex se los indicaba. Podrían decir que sus chicos no eran los más lindos, ni de razas finas, pero sí que eran los mejores educados de todos los perros que pudieran conocer. La chica tenía un encanto especial para ellos y cuando les hablaba, los perros obedecían ciegamente sus órdenes. Jamás había maltratado o amarrado un perro, bastaba con una reprimenda con voz firme y hasta el perro más rebelde bajaba la guardia y se convertía en un fiel amigo de esa mujer que los adoraba. Cada día se decía a sí misma que ya eran suficientes, que no traería más perros a casa, pero tan pronto veía algún perro abandonado, herido, o hambriento, lo tomaba en sus brazos y se lo llevaba con ella. Para algunos consiguió hogares adoptivos, mucha gente la buscaba cuando querían conseguir un cachorro para sus hijos y ella, aunque sufría cada vez que veía partir a uno de sus chicos, les conseguía hogar a muchos, pero era mucho más frecuente la colecta que la entrega y ya su manada se hacía muy difícil de atender. Sus niños, como los llamaba, requerían alimento, aseo, atención médica, medicinas y solo bañarlos a todos con la frecuencia necesaria, le llevaba muchas horas. En ocasiones sentía que cuando terminaba de asear todo, era ella quien requería de alguien que la bañara y acostara, porque estaba rendida. Pero los amaba y muchos de ellos eran animales que jamás conseguirían un hogar. No eran cachorritos lindos y juguetones, que todo el mundo amara. Algunos eran perros adultos, de mucha edad, con lesiones permanentes y traumas causados por su vida en las calles. Como el viejo Víctor, aquel perro de raza difícil de determinar, que había perdido un ojo en alguna pelea callejera, o Candy, la labradora gris con solo tres patas, a la que hubo que amputarle la pata delantera derecha cuando la arrolló un auto y la dejó tirada en la calle, dándola por muerta. Alex la tomó en sus brazos aún con el peso del enorme animal y corrió hasta la veterinaria, donde la operaron y lentamente, contra todo pronóstico, pudieron salvarla. Como ellos había muchos, chicos que habían encontrado un hogar seguro con Alex.

Cuando hubo terminado con la comida, se fue al patio, donde estaría esperándola todo lo que los perros habían estado guardando solo para ella.

Se dirigió allí con la pala y la escobilla dura y comenzó a recoger todos los excrementos del día.

— ¡De verdad, no sé cómo logran ensuciar tanto, chicos! Ya va siendo hora de que aprendan a recoger sus propias cosas, porque yo también me canso, ¿saben? ustedes no comen tanto como expulsan ¡son un fenómeno de la naturaleza! — les regañaba mientras limpiaba todo el lugar — Ya son niños grandes y bien que pueden colaborar con el oficio — los perros jugueteaban alrededor de ella y por más cansada que estuviera, no podía dejar de sentir el amor que la llenaba. Mientras hablaba con ellos, lavó a manguera el gran patio y cuando terminó estaba agotada.

— Bien, chicos, ahora le toca a mamá asearse. Pórtense bien, porque voy a ducharme. Si llaman a mi teléfono lo atienden — se rio de su propia broma — ¡Ojalá pudieran!

Antes de entrar a la casa de nuevo, se descalzó de aquellas botas de hule que solía usar para limpiar el patio y en plantillas de medias, mientras caminaba, se fue quitando el suéter que llevaba puesto y al llegar a lo alto de la escalera ya iba en ropa interior. Al entrar a su habitación, tiró la ropa sucia en la cesta y se fue directo al baño. Rato después salía bañada, con el cabello mojado envuelto en una toalla y llevaba puesta una bata de paño que había conocido tiempos mejores.

En realidad, Alex era una mujer sencilla, no le interesaba para nada lo material, excepto lo que le ayudara a mantener a sus chicos bien atendidos. No era nada económico proveerles todo lo que necesitaban y su sueldo no daba para tanto. Por suerte, contaba con algunas personas que conocían su labor y le colaboraban con algunas cosas. Jamás aceptó que le dieran dinero, si alguien le ofrecía ayuda, ella les daba una receta médica, o les pedía que le compraran alimentos. Esterilizar a sus pequeños no era barato, pero era esencial, así que había llegado a un acuerdo con su veterinario, quien le hacía precio especial y le permitía pagarle en cuotas. A la final, Alex era su mejor cliente. De forma que la joven vivía muy sencillamente, porque el grueso de sus ingresos, aparte de lo destinado a alimentos y servicios, se gastaba en sus perros.

La casona en la que vivía la había heredado de sus padres y tras todo lo ocurrido con su familia, fue lo único que quedó de la fortuna familiar. Muchas veces pensó en venderla y conseguir algo más pequeño, pero no tendría espacio para sus perros, aunque si lo hiciera podría obtener dinero suficiente para mantenerlos. En esa disyuntiva, pasaba el tiempo y ya se había acostumbrado a vivir sola en la casona.

En ocasiones, extrañaba a su familia, pero los conflictos que significaron y el dolor que vivió con ellos, no le permitían recordarlos con el amor que hubiera deseado sentir.

Fueron una familia disfuncional, que con dificultad lograba mantenerse unida. Su padre nunca superó que su ansiado primer heredero fuera esa chica pelirroja, traviesa y contestona y por varios años su ansiedad por aquel hijo varón, lo alejó de su hija. Jamás le dio el cariño que la niña soñaba y cuando finalmente llegó el niño, Alex se sintió más sola que nunca porque mamá y papá solo dedicaban su tiempo al pequeño. Aceptaba que sus padres no le dieran la atención que merecía, sin embargo, no pudo evitar cierto resentimiento contra ese niño que le robó el poco afecto que le daban sus padres. Pero lo que nunca les perdonó fue que jamás le permitieran tener un perro y ella amaba esos animales.

Mientras iba a la cocina y se preparaba una taza de té, pensó en su familia. Su madre solo vivía para complacer a su esposo. Habiéndose casado con ese hombre que adoraba y que era casi quince años mayor que ella, se dedicó por completo a ser la esposa perfecta, la criatura bellísima que su esposo exhibía entre sus amistades. De alguna forma, esa mujer cifró su existencia en hacer feliz a su marido, sin siquiera fijarse en que ella también merecía ser feliz. Cuando se embarazó todas las esperanzas sobre la felicidad de su esposo estaban en el hijo varón soñado por aquel y al nacer aquella niña con el cabello del color del fuego, el hombre se sintió estafado. Apenas la miraba, era como si hubieran hecho un pedido por correo y al llegar, el producto no tuviera ningún parecido con lo ordenado. Fue puesta al cuidado de niñeras y apenas si veía a sus padres mientras crecía. El hombre, desilusionado, se dedicó a su empresa y a buscar aventuras. Su madre, se empecinó en conseguir embarazarse nuevamente, creyendo que de esa forma recuperaría a su marido. Varios años pasaron antes de que finalmente lo lograra y cuando nació el pequeño Alberto Andrés III, Alex se vio relegada definitivamente en la vida de sus padres. Elinor, su madre, estaba feliz por poder cumplir el sueño de su "amo y señor". Alberto Aldana II, su padre, por su parte, fascinado por tener el ansiado heredero de su apellido, lo mimó a niveles de malacrianza. Lo llevaba con él a todas partes, empeñado en convertirlo en su sucesor y crear su propio clon. La madre, muy al contrario de volver a tener el amor de su esposo, vio cómo toda la atención la recibía su hijo, sin volver nunca más a recibir el amor de aquel hombre que le dio todo lo que pudo desear en lo material, pero nunca su amor.

Un profundo suspiro salió del pecho de la chica, cuando de vuelta a su habitación, pasó frente al inmenso retrato de sus padres, que dominaba el salón principal. Eran una pareja guapa, sin duda. Cualquiera que los viera en la pintura, pensaría que eran una pareja feliz. No podrían estar más equivocados,

Alex siguió hacia la escalera y escoltada por un grupo de sus "bebés" llegó hasta la puerta. Se volvió a mirarlos y les habló:

— Ok, chicos, vayan a dormir, ustedes saben que este es el límite, mi cuarto es solo mío, vayan a sus camas— abrió la puerta y vio a los perros moverse hacia diferentes direcciones en busca de sus camas.

Sus niños eran adorables, cualquiera pensaría que vivían sin orden, pero conocían los límites y los respetaban. Jamás se subían a muebles o camas que no fueran los destinados para ellos. Podían ir y venir por toda la casa, pero nunca harían "algo" indebido dentro.

Alex entró a su cuarto y se fue a su cama, se quitó la bata de felpa y quedó con un pijama con estampados de huellas de perro. Se metió a la cama y encendió su tv, sacó del cajón de la mesa de noche un paquete de galletas de chocolate y se dedicó a ver la tele mientras comía.

Casi a medianoche, apagó la tv y se durmió hasta la mañana.

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