XX
Una punzada de dolor, como si le clavaran un clavo ardiendo en el tobillo, fue lo que experimentó, para su mala fortuna, a eso de las seis de la tarde de aquel domingo.
A pesar de que lo evitaba con fiereza, aún quedaba dentro de él la vaga posibilidad de encontrarse de nuevo con aquel sujeto. Se obligó a creer que su anterior encuentro fue a causa del imponente y devastador dolor que la lluvia y su mala fortuna trajeron consigo, pero por más que se esforzara a pensarlo, era casi imposible. Aquella voz seguía resonando dentro de su cabeza.
A pesar de tener la imagen de aquel hombre bien impresa en su memoria, se obligó a creer, por unos momentos, y por su propio bien, que ese sujeto no era más que una ilusión. Su mente solo le estaba jugando sucio… pero ¿y si era real? Si aquel cabrón existía,