Salvia
—Solo un poco más de milenrama. —Le indiqué a la sanadora de la Manada del Río, mostrándole cómo mezclar la cataplasma.
Sus heridas del ataque aún provocaban que sus movimientos fuesen rígidos, pero sus ojos brillaban con entusiasmo mientras aprendía.
Más refugiados llegaron durante la noche: tres familias que apenas lograron escapar con vida. Sus heridas mostraban los mismos patrones extraños que había estado notando: lesiones que resistían la curación tradicional, marcas que parecían casi deliberadas en su ubicación. Algo en eso me resulta familiar, pero no lograba recordar exactamente cómo.
—La mezcla de hojas plateadas que nos enseñaste ayer funcionó —me dijo otra sanadora—. Las quemaduras finalmente comenzaron a cerrarse.
El orgullo calentó mi pecho mientras los observaba trabajar. No hacía mucho, tenía miedo de compartir mis conocimientos de curación, ahora otras manadas los buscaban.
—Les has dado esperanza —la voz de Carlos me hizo girar. Estaba de pie en la entrada del