Capítulo 5
Iris

—¡Iris! Por favor, sal, cariño. ¡Es muy importante! —escuché a mi invitado llamarme desde el otro lado de la puerta.

—¡Déjame en paz, por favor! —le grité con rabia.

Todavía estaba enojada por sus comentarios tan irrespetuosos, aunque se me detuviera el corazón cada vez que me decía “cariño”. Insinuar que yo dejaría que Marcos o cualquier Alfa me usara para una noche de pasión fue demasiado.

Puede que no tuviese experiencia, pero había leído muchas novelas románticas. Sabía lo que era un imbécil, y Marcos no era así. ¡Era un insulto que me subestimara tanto!

—¡Por favor! —ahora golpeaba la puerta, su voz sonaba más cerca y con un tono suplicante —perdón si herí tus sentimientos, no era mi intención, pero tenemos que hablar, en serio.

Medio abrí la puerta, asomándome por la rendija para encontrarlo justo ahí, de frente, mirándome con esos ojos grises, llenos de emociones que no podía descifrar. Empecé a agitarme. ¿Por qué estar tan cerca de él me hacía sentir tan... caliente? Tuve que resistir las ganas de echarme aire con la mano.

—Ahí estás, pequeña —murmuró con esa voz grave que me retumbó en el pecho. Pero lo que dijo después me apagó ese fuego.

—Creo que hay un problema. Escuché un ruido afuera y miré por la ventana. Solo la vi de espalda, pero alguien con el pelo largo y negro salió corriendo hacia el bosque. Creo que pudo haber escuchado nuestra conversación o incluso haberme visto. Tal vez me equivoque, pero su ropa era mucho más elegante que la de cualquier lobo por aquí. No se me ocurre una razón para que alguien del círculo interno venga tan lejos si no está buscando algo en específico.

—¡No! Si se lo cuenta a alguien, vendrán por nosotros. ¡Nadie puede encontrarte aquí! —empecé a caminar por el cuarto, mi tono de voz subía con cada palabra— ¿qué hacemos?

—Vuelve a la casa de la manada rápido y finge que no pasó nada. Vuelve al trabajo como si todo estuviera normal. —sugirió él—. no te preocupes por mí, puedo cuidarme solo.

—¡Está bien! ¡Ya voy! —dije, con la mano en la perilla de la puerta.

Pero me agarró de la muñeca y me jaló con tanta fuerza que choqué con él, rebotando en su pecho.

—Cuídate, cariño —me dijo, mirándome a los ojos mientras besaba en la mano.

Pareció volver en sí y me soltó como si lo hubiera quemado, pero no tuve tiempo de pensar en eso, salí corriendo directo a mi misión.

Casi había llegado a la casa de la manada cuando las sirenas empezaron a sonar por todos lados. Guerreros uniformados entraron al patio y se dispersaron a toda prisa. Me escondí tras un árbol, escuchando que uno de ellos daba órdenes.

—¡Unos rebeldes cruzaron la frontera! ¡Quiero a todos alerta! ¡Intenten capturarlos con vida!

Me di la vuelta en estado de pánico y regresé por donde había venido, esquivando a los guardias que estaban por todas partes. La gente salía de sus casas con armas en mano, toda la manada estaba en alerta máxima. Me dolía el cuerpo y no podía respirar bien, pero no me detuve. No podía dejar que atraparan a mi nuevo amigo. Por su bien, y por el mío.

~Carlos~

—¿Qué está pasando? —pregunté, poniéndome de pie cuando mi angelito de la guarda entró corriendo por la puerta.

Algunas de sus heridas estaban sangrando otra vez porque se abrieron. Apenas empezaba a sanar y claramente, le estaba exigiendo a su cuerpo más de lo que podía soportar.

—¡Unos malnacidos rebeldes! —explicó entre jadeos —cruzaron la frontera. Los guardias están revisando cada rincón del territorio de Espinas Negras, buscando a los intrusos. ¡Tienes que irte antes de que te encuentren aquí!

—¡Por favor! Si te descubren aquí, te van a matar y me moriría si te pasa algo. Eres el único amigo que he tenido, no quiero perderte.

Se lanzó a mis brazos y le acaricié la espalda torpemente, intentando calmarla. No me asustaba en lo más mínimo lo que el Alfa de esa manada o sus guardias pudieran intentar hacerme. Pero tampoco estaba listo para revelar quién era o por qué estaba allí, así que lo mejor era irme.

Sin embargo, por alguna razón, la idea de dejarla atrás no me dejaba tranquilo. Un Alfa debe cuidar a los integrantes de su manada, sin importar quién sea. Y ese Alfa estaba haciendo un pésimo trabajo.

Ella se aferraba a mí, así que la abracé más fuerte, cuidando no apretarle las costillas rotas, esperando que eso la tranquilizara lo suficiente como para soltarme. Pero sus puñitos se aferraron a mi camisa y lloró contra mi pecho. Ese llanto derritió, aunque fuera un poquito, el hielo que me rodeaba el corazón.

No entendí por qué me sentía tan atraído a ella, por qué me costaba tanto irme, pero sabía que tenía que hacerlo.

—Vas a estar bien, cariño —le aseguré—. Solo ten mucho cuidado. Cuídate, ¿sí?

—Yo… lo intentaré —respondió, alejándose un poco para darme una sonrisa tímida. Pero enseguida puso una mala cara— ¿Sientes eso? ¿Qué es ese olor? Huele como... ese aire que se siente antes de una tormenta.

¡Maldición! Ni cuenta me di de que dejé salir mi aura hasta que vi sus ojos nublarse, con una expresión un poco ida. Era demasiado fuerte para una omega joven como ella, especialmente una sin lobo. La controlé de inmediato, antes de que se sintiera peor. La solté y me alejé. No sabía por qué había perdido el control, pero no podía arriesgarme a que pasara de nuevo.

—No huelo nada —mentí, luego la mandé de regreso—. Mejor vete ya, vuelve a la casa de la manada, donde estarás más segura. Si hay rebeldes rondando por el bosque, no deberías estar aquí sola.

Dudó un momento, pero al final, asintió con resignación. Me quedé ahí parado, viéndola alejarse, preguntándome qué tenía esa niña tan pequeña, de rasgos delicados y ojos violetas extraños, que me llamaba tanto la atención. Siempre había mantenido mis emociones bajo control y nunca perdía la cabeza. Pero, lo había hecho con ella.

Sacudí la cabeza, apartando esas ideas. Al final, no importaba. Probablemente, no la volvería a ver en la vida. Agarré lo que quedaba de mi chaqueta hecha trizas y crucé la frontera de Espinas Negras. De vuelta a casa.
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