Salvia
Mis primeros pasos fuera de mi habitación se sintieron como si estuviera adentrándome en territorio enemigo. Consideré esconderme a pesar de la declaración de libertad de Carlos, pero eso me convertiría en una cobarde, indigna de la fe que él había depositado en mí. Así que levanté la barbilla, negándome a escabullirme como si fuera culpable. Las marcas que Carlos dejó en mi cuello todavía hormigueaban, recordándome que ya no estaba sola.
—Vaya, vaya —la alegre voz de Violeta me hizo sobresaltar—. ¿Qué son esas marcas en tu cuello?
Mi mano voló para cubrir las marcas de Carlos, con la cara ardiendo. —Yo... es decir... estábamos entrenando y...
—¿Entrenando? —Me rodeó como un depredador—. ¿Así le llaman ahora? Debe haber sido toda una... maniobra defensiva.
—¡Violeta! —Intenté sonar severa, pero mi voz salió chillona.
—Quiero decir, algunas de esas marcas están bastante arriba para ser agarres de combate —sonrió con malicia—. A menos que estuvieras practicando técnicas de escape